Otras miradas

Humilla, que algo queda

Máximo Pradera

Máximo Pradera

 

El pasado 21 de octubre subí un comentario a Twitter que ha tenido más de 1 millón de visitas, 19 mil RTs y 15.500 me gusta. Mi popularidad está muy por debajo de la de Alaska y Mario Vaquerizo, por no hablar de Lady Gaga o Justin Bieber, así que para mí estas cifras son verdaderamente estratosféricas.

El tuit iba acompañado del pantallazo de una noticia que publicó el diario El País en julio de hace diez años, denunciando el hecho de que el PP hubiese recurrido 30 artículos del Estatut catalán que había aprobado en cambio en el andaluz, con el mismo texto.

Mi tuit decía:

Así empezó todo. Después de que los catalanes refrendaran el Estatut por el 73% de votos, el PP los humilló y les dijo que su voto no valía.

El hecho de que este tuit haya tenido una difusión tan amplia me lleva a pensar que muchos españoles, dentro y fuera de Catalunya, piensan (como yo) que a la raíz del aumento espectacular del independentismo en los últimos años no está tanto el Espanya ens roba como el PP ens humilia.

El exministro José Borrell ha demostrado esta misma semana en El Intermedio, con datos de la propia Generalitat, que las cifras del supuesto expolio catalán son una intoxicación maliciosa de Oriol Junqueras. Es decir, que la razón económica para querer irse de España, por más que esté siendo comprada de buena fe por miles de catalanes –que creen en la palabra de su vicepresident–, si no es completamente infundada, si al menos está torticeramente sacada de quicio. No hay nadie en cambio que pueda negar que cargarse el Estatut en el Tribunal Constitucional, después de que éste fuera refrendado por un millón ochocientos mil catalanes, supone una humillación en toda regla,  aquí y en la China Popular – que diría Carod Rovira.

La prueba de que el PP utilizó el culo de los catalanes para propinarle una patada a ZP es, como decía más arriba, que Mariano Rajoy y su banda de corruptos no recurrieron artículos calcados, que sí estaban en el Estatuto Andaluz, aprobado por los Populares cuando el texto pasó por el Congreso de los Diputados. Lo único que pretendían Rajoy y sus esbirros era desgastar a los socialistas, aún cuando tal cosa pasara por ciscarse en la voluntad de los catalanes, expresada libre, democrática y legalmente en las urnas.

El politólogo francés Dominique Moïsi – hijo de un superviviente de Auschwitz – publicó en el año 2009 un libro titulado La geopolítica de las emociones: cómo las culturas del miedo, la humillación y la esperanza están redefiniendo el mundo. Este experto en relaciones internacionales divide el mundo en tres grandes áreas emocionales. En cada área prevalece una emoción: si Europa y Estados Unidos están dominadas por el miedo (al terrorismo, a una nueva crisis económica, etc), los países del Lejano Oriente, dada su alta tasa de crecimiento, viven aferrados a la esperanza, mientras que en todo Oriente Medio el sentimiento dominante es el de la humillación, que es el que nos interesa para analizar el conflicto catalán.

En el caso de los pueblos semitas, esta humillación empezó a generarse y a crecer después de que Reino Unido y Francia decidieran repartirse Asia Menor en porciones, como si fuera una tarta, con el tratado de Sykes–Picot, afrenta a la que se añadió luego la ignominia de la creación del Estado del Israel. Moïsi dice que el sentimiento de la humillación es tan poderoso y está tan firmemente arraigado – tanto a nivel individual como colectivo– en los países de Oriente Medio, que bastaría por sí solo para explicar el fenómeno del terrorismo yihadista. El francés afirma que sin lo que él ha bautizado como la cultura de la humillación, es imposible explicarse cómo un imán fundamentalista puede comerle el coco a un joven británico musulmán con estudios, para que ponga una bomba en el metro de Londres y asesine a decenas de conciudadanos.

Estoy convencido que si los Junqueras y Puigdemones que hoy empujan a Catalunya hacia el abismo, pasando por encima de la Constitución Española y de su propio Estatut, han conseguido manipular de un modo tan abyecto a cientos de miles de catalanes, es porque están explotando para sus turbios propósitos una emoción real, que es con la que debemos empezar a trabajar cuando empiece ese cacareado diálogo que no acaba de llegar nunca.

Si queremos solucionar de verdad el problema catalán hay que hablar de humillación: la misma que manipuló Hitler para alzarse con el poder absoluto en los años 30 – la de los alemanes, por las feroces condiciones del Tratado de Versalles – o la que utilizó recientemente el imán de Ripoll para llevar a los doce miembros de su secta a provocar el atentando espeluznante de La Rambla.

Rajoy, en su inimitable lenguaje, proclamó un día que no era el reptiliano sin emociones de la Serie V que todos sospechamos que es: somos sentimientos y tenemos seres humanos – le dijo a Susanna Griso.

¡Pues que lo demuestre, coño!

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