Diario de la Antártida

13 de enero. La vida en una isla azul

base-y-focabuena.jpgEl hielo es de un azul celeste tan intenso que resulta un placer para la vista aunque haga daño a los ojos. Hemos llegado a Isla Livingston. Un lugar rendido a glaciares milenarios que se deslizan lentamente hacia el mar.
 
A la playa bajan a recibirnos casi todos los integrantes de la base española. El primero al que veo es un hombre muy joven con barba de descubridor, ropa de montaña y un gorro de lana, conduciendo de pie una moto todoterreno con remolque. Se llama Dani y es el médico de la base.
 
Antes de acostarnos y porque aquí nunca es de noche, Miguel, el cocinero nos hace un recorrido por las modestas instalaciones. David y yo sólo prestamos la atención justa, porque en cuanto nos enseñaron camas, almohadas y edredones, nos resultó imposible concentrarnos en otra cosa.
 
Es aquí donde me doy cuenta de que ni siquiera a la hora de dormir las bases se cierran por dentro. Pero bien pensado, ¿quién va a entrar? A veces olvido dónde estoy.
 
El domingo, en este lugar, se descansa. Y a nosotros nos viene de perlas. Aprovechamos para instalarnos, conocer a los 13 hombres que habitan esta cabaña nevada, visionar grabaciones y planificar los nueve días que pasaremos aquí junto al jefe de la base: un marino mercante con pinta de marino mercante, carismático, decidido y promotor de la eficacia y el buen rollo que se respira aquí. Las únicas instrucciones que recibimos son los horarios de las comidas, la restricción de las duchas y el respeto absoluto por el medio ambiente, hasta el punto de que está prohibido tirar papel higiénico por el W.C. Nosotros mismos nos imponemos otra obligación como nuevos habitantes: participaremos de los turnos de limpieza como los demás. Nos toca el próximo domingo.
 

Poco después de tener todo esto claro, suena el teléfono para urgencias. Un científico búlgaro, los únicos vecinos de los españoles aquí, se ha caído por las escaleras y por lo visto tiene unos dolores de espanto. Su médico, cómo es la vida, se había marchado el día anterior y nos pedían ayuda.
 
Dani tardó aproximadamente tres minutos en estar preparado. Fede, el conductor más experto de Zodiac y el jefe de la base, prácticamente lo mismo. Salieron pitando y volvieron tres horas después con el herido para mantenerlo vigilado. Se había roto tres costillas, pero no había necesidad de activar el plan de evacuación.
 
Mientras nos configuran cuentas de correo para funcionar aquí, Jordi, el experto en Montaña pega un grito que nos saca del letargo:
 
-         "¡Una ballena!"
 
Salimos como locos y no era una, sino dos. Nadaban juntas, una al lado de la otra, enseñando su lomo, su cola y su cabeza a escasos doscientos metros de la base. Nunca, según nos dicen, habían visto una tan cerca. Para mi tranquilidad, David también ha reaccionado rápido y tenemos las imágenes.
 
A la hora de cenar, yo ya me sentía parte de todo esto. Habíamos pasado con éxito el día de reconocimiento y me acosté con la sensación de que esta convivencia no sólo iba a facilitar mucho nuestra misión en la Antártida sino que además me iba a dejar huella.

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