Culturas

El capitán de las sardinas

¿SOY YO O ES LA GENTE? // ANTONIO OREJUDO

Todo lo que está pasando en ese partido está pasando por su megalomanía malformada, paraolímpica y sesquipedal. Por su ambición infantil y acomplejada. Por un delirio de grandeza que reventó la débil psicología de un hombre inmaduro, mediocre y asintáctico, un señor con cerebro de niño hiperexcitado porque la ensoñación que había tenido un día en la litera de abajo se hacía realidad.
Cobarde
La primera vez que estuvo con el otro no se lo creía. Es que no se lo creía. ¡Él, que nunca había hablado inglés muy bien y que se había pasado el franquismo merendando! ¡Él, que siempre había sido un don nadie! ¡Él, que había tenido que arruinar a golpe de mentiras la vida política de Demetrio Madrid para poder iniciar la suya! Él creyó que estaba en el rancho por méritos propios, pero estaba por orden alfabético. Ay, pobretón, te creíste un elegido; pero eras la víctima de un delirio, de una alucinación. Aquel acento. Claro, cuando el otro le pidió que participara no lo dudó. Él sabía, como sabía todo el mundo, que no había motivos. Pero qué más da. Los mayores le habían dejado jugar con ellos, y él se sintió por primera vez importante. Los zapatos no volverían a comerle los calcetines. Mediocre, sin gracia y en el mal sentido de la palabra, malo.

Gallina
Que se retiraba dijo cuando le dio por creerse Azaña. Y tuvo que hacerlo, por bocazas. Tenía tres para elegir. El listo, el paranoico y el manso. El listo lo hubiera dejado en evidencia a los dos días. El paranoico... hasta él se daba cuenta de que al paranoico le faltaba categoría intelectual y de la otra. Eligió al manso. Pero entonces pusieron la bomba más grande que jamás habían puesto. Y se cagó patas abajo. La bomba, su delirio, aquel acento... Su única esperanza era que la hubieran puesto los colgados del norte. Pero no: la habían puesto los colgados del sur. A los cobardicas se les nota que se han cagado porque cuando están muertos de miedo empiezan a mentir compulsivamente.

Capitán de las sardinas
Vaya papeleta para el manso. El capitán de las sardinas lo dejaba tirado, pero rodeado de perros rabiosos, adiestrados para mentir. Y el manso pusilánime no tuvo entonces los corajes que exhibe ahora. Más que nada porque él también había mentido, había hecho trampas y casi rompe el tablero con tal de ganar. Fíate tú del manso. Pero perdieron. Y entonces el manso, que conserva gotitas de testosterona, se rebela y sugiere ahora lo que debía haber dicho entonces: que todo es a causa de un sueño infantil y megalómano que afortunadamente salió mal. Y si no, que se presente.

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