Culturas

La profecía

¿SOY YO O ES LA GENTE?// ANTONIO OREJUDO

Soñé que dos artículos de Vicente Verdú en El País –‘Reglas para la supervivencia de la novela’ (17-11-07) y ‘Las noches de Baudelaire’(7-3-08)– se publicaban en el BOE y se hacían obligatorios. A partir de ese momento quedaban terminantemente prohibidas las novelas con argumento. El entretenimiento quedaba fuera de la ley.

Planteamiento
Soñé que vivía en el año 2098 y que en mi biblioteca sólo había novelas fragmentarias. Era una pesadilla, porque no había forma de encontrar algo adecuado para llevarse a la piscina. Animados por Verdú, que había censurado las novelas que no se pueden dejar hasta el final, los nuevos novelistas escribieron otras sin terminar. El doble o el triple de las que se habían escrito en los tiempos del punto final. Las incongruencias argumentales, las contradicciones internas, la falta de justificación de las acciones o la superficialidad de los personajes -defectos que habían echado a perder muchas novelas del siglo XIX y XX- en mi sueño se consideraban virtudes.

Nudo
Soñé que muchos escritores volvían sus ojos a los primeros años del siglo XX. A los tiempos en los que José Ortega y Gasset también había declarado ilegales los argumentos apasionantes y las tramas envolventes. También lo había publicado en el BOE. Que los autores agarraran del cuello a los lectores y los sumergieran en sus ficciones se consideró delito. Si alguien no podía dejar un libro, tenía que denunciarlo. De disfrutar, tenía que disfrutarse con la cadencia de la prosa, con el ritmo del lenguaje y con las metáforas. Con cosas con las que no disfrutara todo el mundo. Nada de intrigas. Nada de hilos argumentales. Soñé que el Quijote era desbancado por El doctor inverosímil, de Ramón Gómez de la Serna; y que al Instituto Cervantes le cambiaban el nombre por el de Benjamín Jarnés.

Desenlace
Soñé que llegaba el fin de semana y que lo único que me apetecía era poner los pies en alto y dejarme llevar por un argumento poderoso. Pero no había. Las novelas lineales estaban prohibidas. Según la policía no reflejaban nuestra percepción del mundo, que era fragmentaria. Yo protestaba: ¿por qué las novelas tienen que reflejar la realidad, aunque sea fragmentaria?, preguntaba. ¡Eso está bien para el siglo XIX, pero estamos en el siglo XXI! Me metieron en la cárcel, donde eché de menos las historias con principio, nudo y desenlace, y me acordé de cuando era niño y escuchaba trastornado las historias que contaba, como diría Juan Bonilla, el que luego apagaba la luz.

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