Culturas

Vuelvan los más grandes

CON CEDILLA// SEBASTIÀ ALZAMORA 

Es decir, The Cure, por supuesto. Cuando los lectores amables lean estas líneas, un servidor espera estar flotando de felicidad recordando los mejores momentos del concierto que el gran Robert Smith y sus compinches habrán ofrecido el lunes por la noche en el Palau Sant Jordi de Barcelona.
Es cierto que el bueno de Robert empieza a estar algo mayor y entrado en kilos, que aún no ha aparecido su misterioso nuevo disco y por lo tanto poco nuevo tendrán que ofrecer, que es la tercera vez que les veo en directo y eso anula casi cualquier elemento sorpresa, que los conciertos multitudinarios en grandes estadios diluyen los matices de unas canciones que van cargados de ellos: todo eso es cierto, pero no es suficiente para negar la mayor, esto es, que Robert Smith es uno de los mejores (¿el mejor?) de los compositores de la historia de la música pop, y que cualquier ocasión de verle actuar (y más todavía si, como es el caso, viene secundado por Simon Gallup y Porl Thorhust, los cureros más queridos por la afición) es siempre fiesta grande que no se debe dejar pasar. Al menos por quien suscribe, claro.

Los mitos necesarios
Y es que por muy escépticos, desengañados y descreídos que nos queramos, siempre tenemos necesidad de algo en que apoyarnos, de algún mito personal al que poder acudir cuando falla lo demás. Algo que nos acompañe y nos recuerde la certeza de esa frase de Borges, quien, ya ciego, afirmaba que la belleza, como la felicidad, son frecuentes; el único problema consiste en saber verlas.
Bien, yo no olvidaré, por ejemplo, que cuando empezaba a escribir poemas horrorosos en mi tierna adolescencia, sin apenas lecturas ni referentes ni nada, intentaba copiar malamente las letras de unas canciones que aún hoy, ante la perspectiva de oírlas otra vez en directo, vuelvo a escuchar con la emoción de quien de repente descubre que el sol sale cada día.
Contra la desilusión, la felicidad de una melodía; contra la bajeza, un ritmo exultante; contra la soledad, una voz que sientes tuya porque lleva toda la vida a tu lado; contra la rabia o la tristeza, un tarareo alegre y despreocupado. Pueden acosarnos por todas partes, pueden ganar los malos como de costumbre: pero ese fondo de armario moral formado por piezas llamadas Charlotte sometimes, Killing an arab, A forest, The kiss, Lullaby, Plainsong, Pictures of you y tantas otras que serían suficientes como para no caber en ningún artículo, esa base, esa bella melancolía, esa cura, ya no nos la va a quitar ni Dios. Eres grande, Robert: en tu lápiz de labios cabe entera una patria.

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