Punto de Fisión

Munícipe por antonomasia

Julián Muñoz es el alcalde al que aspiran todos los demás alcaldes, "el munícipe por antonomasia", tal y como se pregona en Amanece que no es poco, aquella cinta magistral y profética donde un entusiasta de la gestión municipal vociferaba: "¡Alcalde! ¡Todos somos contingentes pero tú eres necesario!" El añorado Rafael Alonso interpretaba al alcalde con un bigote precursor del de Muñoz y un desparpajo casi idéntico, hasta el punto de que durante varias décadas Marbella resultó un remake exagerado de la película con Jesús Gil desdoblado en Benny Hill, piscinas repletas de mozas espumosas, guardias civiles fanáticos de Faulkner y sospechosos echándose a volar desde una ventana con las manos esposadas.

En vez de a Fedra Lorente ("comunal y turgente" la llamaban, con adjetivación ciertamente faulkneriana), Julián Muñoz se trajo a Isabel Pantoja montada en una insuperable estampa rociera poco antes de ingresar en la cárcel de Alhaurín bajo un sol de justicia. Como en las grandes historias de amor y desamor, la Pantoja no ha tardado mucho en seguirle camino del banquillo y, ahora que acaban de dictar sentencia contra la tonadillera, Julián Muñoz aprovecha para vengarse con unas memorias escritas a traición a la sombra de las rejas. Ha colocado al frente del libro un título carnívoro y jugoso, La cruda verdad, aunque nos imaginamos que, más que cruda, será poco hecha. Tampoco va a contarnos el romance con pelos y señales, sobre todo teniendo en cuenta que en medio había por lo menos un bigote. Sólo le ha faltado, como dice mi amigo Rafael Martínez-Simancas, levantarse mientras se llevaban a la Pantoja de la sala para piropearla: "¡Qué bien cantas, condená!"

Visto con la suficiente perspectiva, el dúo entre Julián Muñoz e Isabel Pantoja nos da una idea de cómo pudo haber acabado el lío entre Kennedy y Marilyn de no haberse interpuesto un frasco de pastillas y un balazo en Dallas. JFK separado de Jacqueline y retirado con Marilyn a un rancho de California se hubiera acercado mucho a ese torrente de pasión pleno de moños y caballos que alborotó la prensa española y que reflejó apenas una serie de televisión llamada Mi gitana. Cuando el periodista Andrés Guerra le dijo a Muñoz en medio de la sala de vistas: "Mira cómo te pintan, Julián, que has engañado a una pobre gitana", él replicó: "Si encuentras en este país un tío que haya sido capaz de engañar alguna vez a un gitano, me lo presentas, que hay que hacerle un monumento".

Aun así, ni borrachos de manzanilla ni ahítos de poemas lorquianos, nos imaginábamos a JFK con mostacho a lomos de una jaca negra del mismo modo que nunca hubiéramos imaginado a JM tomando notas en una biblioteca. Al final, las memorias de Muñoz son una rara avis, como los cuentos de Ana Botella, un imposible feliz en un país donde una vez hubo un alcalde, Tierno Galván, que no sólo escribía libros sino que además los leía.

 

 

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