Punto de Fisión

Horrach, el fiscal defensor

La Casa Real podría ahorrarse un buen pellizco de su presupuesto despidiendo a Roca, a Silva y a todo el bufete de leguleyos cortesanos y contratando a tiempo completo al fiscal Pedro Horrach, que está protagonizando este entremés judicial hasta el punto de que ya casi ni se menciona a Urdangarín. La verdad es que no hace falta ni contratarlo, se ve que el hombre actúa así movido por su convicción personal, su firmeza moral y su muy peculiar sentido de la justicia.

Al revés que en esos novelones románticos donde la figura de una pordiosera se nos revela por pura carambola narrativa en una princesa rutilante, Horrach ha descubierto que la infanta Cristina (nada menos que la hija del jefe del Estado) es sólo una pobre mujer, la víctima de una conspiración, una de las personas más débiles e indefensas de España. Podía haber usado la capa benemérita de la fiscalía para proteger a cualquiera de los miles y miles de ancianos y jubilados estafados por las preferentes de Caja Madrid, pero eso sería demasiado fácil. ¿Por qué van a ser los títulos nobiliarios, los privilegios fiscales e incluso la sospecha de los millones estafados un obstáculo para que la justicia resplandezca? Horrach es un brillante heredero de aquel Orson Welles que en Impulso criminal se hacía cargo de la defensa de dos niños de papá acusados de asesinato diciendo que hasta los ricos tenían derecho a una defensa justa.

¿A una? Tienen derecho a una, a dos, a que la fiscalía se rinda a sus pies y hasta a que empapelen al juez como se siga poniendo tonto. Con sólo doce páginas de prosa fiscal hiperbreve escritas en menos de una semana, Horrach ha desmochado el tocho de doscientas y pico folios que a Castro le llevó todas las vacaciones de navidad a un ritmo de escritura (se rumorea) de veinte horas diarias. Es la suerte de los críticos: que pueden desmontar una novela que ha costado el trabajo de varios años con un par de párrafos redactados durante la sobremesa, entre el café y el puro. Con fiscales así se aceleraría enormemente el marasmo de los juzgados, aligeraríamos el proceso legal y pondríamos en hora la justicia en España. Horrach no sólo está interfiriendo en el papel de los abogados, sino que, si le dan más carrete, se quita de en medio al juez. Al final podría representar él solo todo el paripé judicial, interrogándose y respondiéndose a sí mismo mientras sube y baja del estrado a toda leche:

–Protesto, señoría.

–No ha lugar.

–Pero, señoría, recuerde que usted soy yo.

–Por eso. Prosiga, abogado.

–Soy el fiscal.

–Entonces cállese.

–No sabe con quién está usted hablando.

–Vaya si lo sé.

Es un papel agotador, tanto que no resulta extraño que en esas doce páginas de crítica dedicadas a sacarle los colores al juez Castro, el fiscal conceda que las facturas de 69.900 euros eran, en efecto, simuladas, pero que, "pese a ello, pueden considerarse deducibles". Toda una novedad fiscal que los españoles habrán de aprovechar en el siguiente ejercicio: simular facturas falsas para deducir beneficios fiscales verdaderos. A no ser que Hacienda saque un artículo en el B.O.E. con efectos retroactivos en que se considere la simulación de facturas una prerrogativa real. Real de rey, se entiende. La moda de la simulación en diferido puesta de moda por Cospedal está haciendo furor entre las clases altas. De momento, la infanta cuenta incluso con un fiscal simulado.

La vehemencia y la prisa de Horrach por defender a una imputada en un caso vergonzoso hacen sospechar que aquí hay algo más que un simple afán de justicia: aquí hay amor.  El amoroso bolero que le dedicó el abogado Silva a la infanta Cristina el otro día en realidad llevaba música de la fiscalía. De seguir a este ritmo, Horrach no sólo va a hacer innecesario los roles de abogado y de juez, sino también el de padre y el de rey. Cualquier día de estos presenta los papeles para adoptar a la infanta.

 

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