Punto de Fisión

Mariano, poeta y meteorólogo

Perdida en algún rincón de La Moncloa, tosiendo entre telarañas inmunes al plumero, sobrevive la musa del lirismo. Es un fantasma contagioso, al estilo de la gripe: más tarde o más temprano a todos sus inquilinos les da por estornudar poemas. Jose Mari leía poesía árabe, aunque únicamente en la intimidad, compaginándola con el estudio del catalán. En público prefería desmelenarse y plantar los zapatos encima de la mesa (una actitud bastante bohemia si se piensa un poco). Bien mirado, allá al fondo del armario, Jose Mari oculta un vate romántico, un Baudelaire de mercería, un Edgar Allan Poe de sección de caballeros alabando los paraísos artificiales del vino y cantando a la libertad indomable de los conductores del PP. Lo que pasa es que, desde la juventud, la gomina y las buenas compañías lo llevaron por el camino de la prosa.

A José Luis también lo alcanzó el virus poético, aunque más de refilón, y en algunos de sus últimos discursos no se resistía a soltar alguna estrofa blandita a juego con los brotes verdes, algún verso un pelín sioux como aquel de "la tierra no pertenece a nadie salvo al viento". Ya planeando la jubilación, pensó en hacerse "supervisor de nubes", como si en su vida se hubiera dedicado a otra cosa, pero lo decía, más que nada, por chinchar a Mariano, que era registrador de la propiedad, y a Jose Mari, que sólo llegó a inspector de Hacienda.

Sin embargo, al cabo de dos años de mandato, a Mariano también ha acabado por alcanzarle la onda expansiva de la poesía, cuando ya parecía imposible que lo alcanzara nada menos liviano que un balonazo. Al regreso de su vuelta triunfal por las Américas, le ha entrado un ramalazo lírico que lo llevó a citar (mal) el último verso de Antonio Machado y, ya puestos, también el último renglón de Fernando Pessoa. En una línea de nueve palabras Mariano comete tres equivocaciones garrafales. O un 66 por ciento de aciertos, como dirían sus incondicionales. El verso póstumo que encontraron en el bolsillo de Machado al morir dice:

estos días azules y este sol de la infancia

Y, citado por el presidente, queda así:

esos días azules y ese sol de mi infancia

Ignoramos si fue un fallo del asesor o si se puso a descifrar su propia letra. El caso es que también había que citar a un poeta portugués, ya que se trataba de un premio a Durao Barroso, y recurrieron a Pessoa ("No sé lo que traerá el mañana"), un verso dubitativo y algo pesimista que Mariano y su asesor en lírica aplicada decidieron machihembrar con el alejandrino machadiano para que así el presidente pudiera soltar el parte meteorológico. Fue un boletín alegre, primaveral y casi veraniego, un atracón de optimismo provocado tal vez por las chocolatinas con que Obama correspondió a los tres valiosos facsímiles que le regaló Mariano en un cambalache digno de una película de indios. Para ti la historia y para mí los chuches.

Mientras tanto, del salón en el ángulo oscuro, de su dueño tal vez olvidada, silenciosa y cubierta de polvo, veíase España.

 

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