Punto de Fisión

Corre, Pistorius, corre

Corre, Pistorius, corre

El caso Pistorius se está convirtiendo en una excelente ilustración de ese refrán que dice que se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Según los testimonios de los vecinos (quienes afirman que oyeron una fuerte discusión en casa del atleta antes de los disparos) Oscar Pistorius reúne ambas condiciones por duplicado. Resulta toda una paradoja que la historia de este velocista tullido, rico y famoso que agujerea a balazos a su hermosa novia, la modelo Reeva Steemkamp, al confundirla con un ladrón, se convierta en un debate sobre la violencia de género en un país donde se denuncia una violación cada cinco minutos y se cosechan diariamente al menos tres mujeres muertas a manos de sus parejas.

En Sudáfrica, donde la pobreza campa a sus anchas y la desigualdad se sigue vistiendo de negro, Pistorius y Steempak eran como los príncipes de un cuento de hadas: guapos, rubios y millonarios. La versión de Pistorius es que pensó que había un desconocido dentro de la casa y entonces disparó cuatro tiros a ciegas contra la puerta cerrada del baño, sin encender la luz y sin preguntar primero, una disculpa que deja demasiados cabos sueltos. Entre otras incongruencias, en el dormitorio de la pareja se encontró el casquillo de una bala y un bate de cricket manchado de sangre. Cualquier novelista que intentase montar una intriga criminal con estos parámetros lo tendría bien crudo para pasar del prólogo.

Aparte de las declaraciones de los vecinos, que sostienen no sólo que oyeron gritos antes de los disparos sino que había luz en la casa, ahora ha saltado a la palestra un incidente con arma de fuego en un restaurante de Johannesburgo ocurrido meses antes de la tragedia. Pistorius disparó, se sospecha que accidentalmente, una pistola debajo de la mesa del restaurante y luego le pidió a un amigo que se hiciera cargo. El balazo hizo un agujero en la tarima y casi atraviesa el pie del boxeador Kevin Lerena, que se ha personado en la causa contra el corredor paralímpico. Con su gusto por las armas y las prótesis de carbono en las piernas, Pistorius ya parece Robocop. Este hombre va por ahí como si viviera en una boda afgana o en el palacio de la Zarzuela el día del cumpleaños de Froilán.

Hay al menos un gran precedente mediático en el caso de un deportista ilustre que asesina a su pareja con un montón de evidencias en su contra: el de O. J. Simpson, que salió milagrosamente impune (el adverbio, por supuesto, es tan ridículo como lo fue el juicio) del doble acuchillamiento de su ex esposa y su amante. El abogado de Simpson jugó magistralmente la baza racial para sugerir que, caso de salir culpable, su defendido lo sería únicamente a causa del color de su piel. En Sudáfrica, el contraste cromático se invierte, pero el defensor de Pistorius todavía podría sacar tajada de la discapacidad física, eso sin contar con esa navaja de doble filo que supone el hecho de que la juez del caso, Thokosile Mazipa, sea una mujer y además negra. En un artículo que bordea con suicida elegancia todos los escollos de la difamación, James Ellroy escribió: "O. J. Simpson habrá transcendido verdaderamente la raza en el momento en que blancos y negros se unan y lo reconozcan como el cobarde pedazo de mierda que quizá, o quizá no, ha asesinado a dos personas inocentes".

Seamos justos: O. J. Simpson se libró por millonario, no por negro. El color del dinero es, incluidas las prótesis, la más brillante de las plumas en la fabulosa cola de pavorreal de Pistorius. Simpson podía decir aquella frase que le gustaba repetir a Sonny Liston: "Sí, yo fui negro una vez, cuando era pobre".

 

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