Punto de Fisión

El wertedero histórico

La historia la escriben los vencedores, aunque no suelen volver a hacerlo con setenta y cinco años de retraso. Cuando ocurre eso, quiere decir que algo se les quedó en el tintero, algún detalle a medio camino entre la Causa General y el guión de Raza. De todas maneras, el retraso es algo consustancial a la historia de España, no digamos ya entre sus historiadores

Contrariamente al pensamiento general, José Ignacio Wert es el ministro que más está trabajando por la difusión de la cultura en España. Wert es un profiláctico cultural, un preservativo artístico, algo así como la televisión, que en cuanto la enciendes dan ganas de abrir un libro. Su última y novedosa propuesta en materia educativa consiste en que cada profesor imparta clase de todo, un poco al estilo de los viejos maestros franquistas, que lo mismo daban ecuaciones de tercer grado que lectura de catecismo que collejas a larga distancia que asco.

Algo parecido ocurre con los ministros del PP, los cuales son, todos ellos, prácticamente intercambiables en sus carteras, excepto quizá el propio Wert, cuya gestión es inmejorable (no hay quien la mejore, en efecto). Durante el idílico y lamentablemente breve período de esplendor franquista, la variedad de saberes proporcionada por un solo analfabeto ofrecía un amplio campo de posibilidades al alumnado: a saber cuántos científicos, cuántos literatos y cuántos futuros premios Nobel no encontraron la felicidad en el azadón y los cebollinos, que era y sigue siendo el único horizonte cultural de España. Gracias a los desvelos de Wert, un profesor de Filosofía, por ejemplo, podrá iniciar a sus alumnos en los rudimentos de la actividad empresarial, siempre y cuando se olvide en el cajón la ética. Del mismo modo, un profesor de Historia y Geografía podrá dar lecciones de Música y Danza, como lo demuestran Luis Suárez, Manuel Seco y otros eruditos de la Real Academia de la Historia, que han cogido la Historia de España y han hecho con ella un charlestón, un rap, un chotis y un fandango.

En el organigrama educativo de Wert, Empresariales se halla en la órbita de la Filosofía mientras la Historia resulta un satélite menor de la Literatura. Esto último no suena tan descabellado como parece, teniendo en cuenta que Suárez, Seco y la mayoría de los estudiosos del Real Diccionario Biográfico llevan décadas trabajando en un monumental tebeo de Hazañas Bélicas. Cincuenta tomos y siete millones de euros demuestran que la cultura, para Wert, no tiene precio ni límites ni compartimentos ni brújula ni orden ni cosa que se le parezca. Con otros 84.000 euros recién puestos sobre la mesa, el ministro ha dado luz verde a la imaginación y la fantasía para que cada autor diga de Franco, de Azaña, de Díaz Ferrán y de Esperanza Aguirre lo primero que se le ocurra. A esto el difunto Gonzalo Anes, presidente de la Academia, lo llamaba "libertad intelectual", "pluralismo" y "distintas sensibilidades historiográficas". Gracias a este singular enfoque, Azaña, líder democrático, vuelve a ser un vulgar dictador, mientras Franco se viste otra vez la careta de salvador de patrias en lugar de la de militar golpista y matarife, que es como lo representan los soporíferos y poco originales historiadores extranjeros. A ver cuándo le dedican una entrada al Capitán Trueno y otra a Roberto Alcázar y Pedrín.

En una de sus mejores novelas, El hombre en el castillo, Philip K. Dick imaginaba un futuro alternativo donde la Segunda Guerra Mundial la habían ganado los nazis. Lo que nunca pudo imaginar Dick es un futuro más alternativo todavía donde José Ignacio Wert era ministro de Cultura y subvencionaba un Diccionario Biográfico escrito por y para nazis.

 

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