Punto de Fisión

La mala memoria de Cifuentes

No recuerdo quién decía que mucha gente presume de mala memoria, pero casi nadie de mala inteligencia. Yo, que tengo una memoria de paquidermo enciclopédico para ciertas cosas, compruebo cómo cada vez más a menudo nombres y apellidos van cayendo en la saca del olvido. Un día, admirando un elenco de fotos de actores en un bar consagrado al western, descubrí que no podía etiquetar una cara rocosa como el monte Rushmore, con mandíbula de bull-dog y ojos de bola de billar. Lo recordaba blandiendo una cadena encima de un tren o cabalgando al lado de (vaya, otro que se resbala por el desagüe), William Holden, pero era incapaz de recordar quién era. Después de media hora de desesperación, royendo un vacío en el que veía alzarse claramente una B, me rendí y consulté internet: Ernest Borgnine. ¿Cómo había podido olvidar una de mis efigies favoritas del cine si hacía poco que aquí mismo le había dedicado un obituario?

Por eso entiendo perfectamente los despistes de Cristina Cifuentes, su comprensible enfado al intentar ubicar su relación con Alejandro de Pedro. También los enfermos de alzheimer se cabrean un montón cuando, al despertarse por la mañana, no encuentran sobre la mesilla de noche el reloj que empeñaron allá en 1987. Debe de ser muy duro leer esos mensajes en que bromea con él vía twitter y le dice "no me has saludado" y "te voy a dar una colleja (cariñosa, ¿eh?)". Forzosamente tenía que haber algo de confianza con alguien cuando se le escribe: "Como me entere que volvamos a coincidir y no me saludas te echo una maldición gitana". Curiosamente, la historia se ha invertido: ahora es Cifuentes quien no reconoce a De Pedro, lo mismo que San Pedro cuando negó a Cristo tres veces.

Cuando olvidamos a alguien (un amor, un amigo, un conseguidor en una trama corrupta) significa que también olvidamos una parte de nosotros mismos, la que fuimos cuando marchamos a su lado. Nos enseñan fotos, cartas, documentos que prueban que una vez estuvimos juntos y lo terrible es que ya no queda nada o casi nada. Unas veces no recordamos porque no podemos y otras porque no nos da la gana recordar. Unas veces eran recuerdos demasiado buenos y otras demasiado malos. Hay gente a la que no se saluda porque no se la conoce y otras porque se la conoce demasiado bien. Remember me, le cantaba Dido a Eneas en el aria de Purcell, quizá la más triste de la historia de la ópera, y más todavía cuando uno pensaba que, mientras la cantaba, Eneas ya estaba en la proa del barco pensando en fundar Roma.

El empeño de Cifuentes por borrar del disco duro a De Pedro, alguien con quien bromeó repetidamente por escrito sobre por qué no la había saludado, no quiere decir gran cosa. Salvo que tiene una excelente mala memoria. Tampoco pasaría nada si los conociera, eso es verdad, "pero da la casualidad de que no les conozco". Pero da la casualidad de sabía el número de móvil de De Pedro, bromeaba con él y hasta le prometió un café. Cómo no iba a conocerlos si la cúpula al completo de la Comunidad de Madrid, de Granados para abajo, estaban metidos en chanchullos con él y con Marjaliza. "Ojalá no conociera a ningún imputado" ha confesado Cifuentes en un rapto de sinceridad en subjuntivo. Pero en el sitio donde trabaja ella, eso es francamente imposible. Bárcenas, Rato, Granados, Matas... Anda que no han paseado fantasmas por Génova. Como para hacer un especial de Cuarto Milenio.

 

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