Punto de Fisión

Queremos tanto a Donald Trump

En un artículo que se ha hecho viral durante las últimas semanas, Diana Johnstone, una prestigiosa comentarista política de izquierdas, ha enumerado las razones por las cuales Hillary Clinton es mucho peor candidato que Donald Trump. El apoyo incondicional a Israel, la cobertura diplomática con que facilitó el golpe militar en Honduras, el caos criminal que ayudó a crear en Libia, sus desastrosos planes de intervención en Siria y en Oriente Medio y su hostilidad hacia Rusia son algunas de las bazas que la convierten en un auténtico peligro público. Johnstone piensa -y lo piensa muy en serio- que de seguir ese programa y sin esforzarse gran cosa, Hillary Clinton podría conducirnos directamente a la Tercera Guerra Mundial.

La gente, sin embargo, cree que Clinton es una opción razonable frente al desquiciado Trump, un tipo que cada vez que abre la boca suben los termómetros. No obstante, Johnstone puntualiza que su capacidad para salirse del tiesto es lo que coloca a Trump como claro favorito para el electorado estadounidense, un electorado que ya está harto de discursos previsibles y de caminos trillados. No ha dicho mucho de sus planes en política exterior pero es partidario de desarrollar relaciones comerciales con Rusia. Además, Johnstone cree que es mucho más sensato centrarse en la reconstrucción interna del país, como propone Trump, en lugar de proseguir campañas imperiales en el extranjero al estilo de Clinton, quien no promete otra cosa que continuar la línea dura neocon inaugurada por el gabinete de Bush y continuada por el de Obama. Pocos se acuerdan ya pero, antes de presentarse a la candidatura republicana, Trump era demócrata y su ideario social era bastante más avanzado que el de Hillary Clinton.

No obstante, el gran éxito de Trump frente a su rival y frente a todo el aparato mediático es haber concebido la política estadounidense no sólo como un circo de tres pistas sino como el reality más caro del mundo: un show a escala mundial donde no cuentan los programas ni las citas grandilocuentes sino las patochadas y las ocurrencias. Kennedy aventajó a Nixon por una corbata y Trump está alcanzando a Clinton mediante la delicada orfebrería de su cardado. Cuanto más ridícula aparenta esa dorada gorra de castor que lleva en la cabeza, más votos al coleto; el día en que el pelo le salte de la cabeza y eche a correr como una mofeta hambrienta por la tribuna, Trump lo va a petar. Machista, racista, clasista y megalómano, va pisando los charcos de dos en dos procurando salpicar lo más posible, porque sabe que la mancha llega más lejos que el detergente. No sólo dijo que su mujer, Melania, va a ser la primera dama más guapa de los Estados Unidos, sino que estaba mucho más buena que todas las demás e incluso que Bill Clinton.

Entre sus últimas burradas, esta misma semana, se ha mofado de la madre de un soldado estadounidense muerto en la guerra de Irak al comentar que seguramente no la dejaron hablar en el funeral por culpa de los preceptos de su religión musulmana. Después, sin limpiarse los zapatos, expulsó a un bebé que lloraba en uno de sus mitines, quizá porque Trump no aguanta bien las críticas y menos aun si las entiende. En estas dos refriegas verbales se ha llevado por delante a mujeres, musulmanes, militaristas y lactantes, pero cada metedura de pata está pensada para meter más votos en la buchaca. El público odiaba a Jota Erre con toda su alma pero cada noche se quedaba a ver Dallas por verlo aparecer bajo su sombrero inmenso, articulando su sonrisa maligna. Muchos lo van a votar sólo para que siga el espectáculo. Cuando gane las elecciones -si es que las gana- nos vamos a enterar si hablaba en serio o en serio.

 

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