Punto de Fisión

Ciudadanos en el top manta

Argumentos contra los manteros que exponen sus mercancías en la Gran Vía y en los aledaños de la estación de Atocha se pueden sacar a paladas. No pagan impuestos, perjudican a los comerciantes, ocupan la vía pública y molestan a los Ciudadanos. Es cierto que buena parte de este argumentario, y su justificación última, apesta a aquella arcaica Ley de vagos y maleantes de 1933 que servía para despejar las calles de mendigos, prostitutas, proxenetas, vagabundos y borrachos. En los momentos críticos de la Dictadura, cuando al Caudillo le apetecía sacar la mojama a pasear por la capital, el funcionamiento de las brigadas de limpieza pública evocaba aquel discurso del general Eutanasio Rodríguez en el aniversario de la república de Banania: "De no ser por nuestra acción de gobierno, pacientemente desarrollada en estos últimos 49 años, nuestras calles estarían hoy llenas de pornografía, de corrupción, de violencia, de gente".

Sin embargo, aparte de todos estos problemas de orden público, lo que Ciudadanos no puede soportar es el hecho de que la venta ilegal de productos falsificados atenta contra la ley de derechos de autor. Resulta cuando menos paradójico que César Zafra, Carina Mejías y otros líderes del agente naranja hablen de los derechos de autor cuando esgrimen un discurso contra la venta callejera calcado directamente de la extrema derecha europea y americana. En cualquier momento puede salir Le Pen a pedirles una indemnización por copiarle los eslóganes cívicos, los discursos repugnantes, el miedo al extranjero y los espumarajos racistas.

La defensa a ultranza de la autoría y la originalidad suena bastante extraña si se proclama desde un partido forrado de arriba abajo con ideas de segunda mano. Es más, en cualquier momento Ciudadanos podría recibir una demanda del PP por robarles el programa, el electorado, la ideología y el sector de mercado, todo excepto el azul marino y la gaviota uniceja, que ya sería pasarse. A los votantes cada vez les cuesta más distinguir entre la nueva derecha de mierda y la derecha de mierda de toda la vida, aunque tampoco ayuda el hecho de que el original haya decidido imitar a la copia colocando al frente un mellizo de Albert Rivera. Con sus títulos de cartón piedra y su máster de la señorita Pepis, Pablo Casado parece todo él una falsificación, un bolso de Louis Vuitton con una sola "t" en la etiqueta o un reloj de lujo como aquel que me querían vender en el Gran Bazar de Estambul: "Señor, señor, aquí robar menos. Nada de esas baratas copias chinas. Imitaciones turcas auténticas".

A Rivera y Casado ya los han confundido más de una vez en el telediario y no sería raro que los hubieran confundido también en el paritorio. A fuerza de clonaciones y fotocopias, ha llegado un momento en que no hay forma de distinguir cuál de ellos es Ciudadanos y cuál el PP, como en aquella escena de La gran evasión en la que el falsificador le enseña a un prisionero un par de documentos idénticos y le dice que acierte cuál de los dos está falsificado: "No sé. ¿Éste?" "Los dos lo están", dice el falsificador con orgullo de fontanero político. Como no podía ser de otro modo, el PP se ha sumado a las reivindicaciones contra los manteros, olvidando que ellos los tuvieron dos décadas vendiendo camisetas, gorras y gafas de pega en la Gran Vía y en los aledaños de la estación de Atocha. El PP por aquel entonces replicaba comunidades autónomas, parodiaba hospitales  y llegó a falsificar un ejecutivo al completo, pero cualquier parecido con un gobierno de verdad era pura coincidencia.

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