Dentro del laberinto

Centauro

Comencé a leer periódicos pasada la adolescencia, e incluso entonces, de una manera parcial y aleatoria. Me interesaba entonces mucho más la ficción que el realismo, como me ocurre también ahora, pero en aquellos momentos creía que una enturbiaría la otra, y aunque más ensimismada, no era, sin noticias, ni más ni menos feliz que lo que soy ahora. Después de los titulares de los últimos días he recordado con nostalgia aquellos años en los que me resultaba posible encogerme de hombros ante la realidad que se asomaba al quiosco y continuar mi camino con un libro bajo el brazo. No es el exceso de información lo que me molesta: es el miedo destilado, la manera en la que el conocimiento de la realidad, que debiera darnos más armas para enfrentarla, nos convierte, por el contrario, en seres pasivos y blandos.

Hace dos décadas, la impotencia se asociaba a los grandes desastres lejanos, ante los que no quedaba más remedio que resignarse. La hambruna de Etiopía, las moscas cebándose en los niños, inundaciones, guerras. En estos momentos, retransmitida, vemos la ilegalización de ANV, y el asesinato de una mujer en Hospitalet de Llobregat, el cinismo hiriente de los bancos, y la reacción positiva de las bolsas asiáticas. ¿Cómo distinguir entre lo que es importante o no, lo cercano y lo lejano? La terrorífica crisis americana se frivoliza con las acusaciones de los candidatos, el empeño inconstante contra el terrorismo de ETA se fragmenta cuando se estanca en la ideología.

Los periódicos, hoy en día, nos revelan las debilidades de la democracia, en la que se conoce casi todo, y se hace casi nada. Documentan, pero explican poco. La realidad se contempla y se bifurca, cada vez más compleja: como Alfa Centauro, una falsa estrella única, que en realidad no son sino tres, ocultas bajo el brillo de la mayor. Lo que durante siglos nos guió, el conocimiento del medio, ahora nos deslumbra, nos hace consciente de nuestra pequeñez ante el infinito. De la felicidad, para qué hablar.

Más Noticias