Dominio público

Queridísimo Federico:

Ana Bernal Triviño

Queridísimo Federico:Te escribo después de estos tres años leyendo o escribiendo, a diario, sobre ti. Ya sabes, porque te lo dije en la Huerta, que mi trilogía llega a su fin. El último libro estará en la calle en octubre y, con ello dejaré solo una semilla pequeña, sumada a otras muchas, para que permanezca la memoria que quise que quedara de ti. Por eso, esto es una carta de despedida.

Me has traído este año a lectoras y lectores que sentimos devolverte a la vida cuando te recordamos. Llené toda una sala en Granada hablando de tus mujeres y hombres, justo antes de unas elecciones decisivas. Federico... No han pasado, si hablamos del Gobierno central, aunque nunca se sabe. Todo puede torcerse en este país tan imprevisible y con relativa memoria. Pero sí debes saber que los nostálgicos y herederos de aquel odio han plantado semillas que han germinado en ciudades, pueblos o comunidades. Parece que este país, de no aprender su propia historia, la puede repetir. 

De todas formas, aunque te fueras con la idea de que parte de tu pueblo te dio la espalda, te digo que una parte te recuerda y te ama. Quise presentar el último libro en tu huerta y cayó un diluvio tan enorme que pensé que no vendría nadie. Sin embargo, la casa se llenó de gente empapada de agua pero feliz por escucharme hablar de ti y de recordarte en tu salón, con tu piano o en tu mesa. Me emociona mucho que, en la feria del Libro del Retiro, la gente me comente lo que has significado en sus vidas. Conocí a una joven de 14 años que se había hecho tu admiradora y quería leer todo de ti... y me vine un poco abajo, pues me recordó a la Ana de la misma edad que te conoció en el instituto. Quién iba a decirme que tendría el honor de hacer lo que he hecho sobre ti. Hubo también una madre que le regaló el libro a su hija pequeña, para cuando crezca. Tendría mil mensajes de lo que aún remueves en los sentimientos de las personas, aunque ya no estés. Sobre todo entre mujeres, porque nos siguen matando, violentando y negando, y tú pusiste voz a aquello en los teatros más importantes del mundo, calando como una bofetada en cantidad de almas corruptas, sucias y patriarcales. ¿Recuerdas el estreno de Yerma y aquellas críticas políticas, no? Por ella, también te odiaron.

Por mi parte, sabes bien cuánto he volcado de ti y de mí en esos libros que he escrito. Sabes que siempre te he releído porque has dado respuesta a muchas angustias de mi vida. Entre ellas las despedidas y las lejanías necesarias para sobrevivir. Esas las acepto. Incluso las decepciones personales que tu proyecto me ha traído, pues estoy en calma de haber dado todo cuanto tuve. Este último año me he despedido de muchas cosas. Quizás mis dos operaciones me han enseñado mucho de soledad, pero también de compañías. He cerrado etapas y ciclos. Me siento bien por ello porque para avanzar hay que quitarse peso, y apartarse cuando ya no hay más. Me siento afortunada por hacerlo. Por poder elegir cómo y cuándo. Y pienso en ti. En la cantidad de conversaciones, escritos, ideas, citas, decisiones, propuestas y sueños que acabaron muertos y atravesados por una bala.

Y justo por ello me percato de que en tus libros y cartas no puedo encontrar respuesta a una cuestión que, por tu injusta muerte, nunca viviste. Pensaba que lo tenía asumido más o menos con resignación, pero estos últimos meses no he dejado de tener amistades cuyos padres o madres han fallecido. Ese momento lo viví antes, durante el cáncer de mamá, pero ahora que ha pasado el tiempo, vuelve a brotar. Y ya sé que el tiempo está ahí, amenazante, y que algún día ya no será la noticia la madre o el padre de una amiga o amigo, sino los míos. Y no sé muy bien cómo se afronta eso. Salvo por lo que he aprendido de ellos. 

Me doy cuenta que los padres y las madres no dejan de enseñarnos durante toda la vida. Y ya no hablo de cuando somos pequeños y nos ayudan a caminar o a hablar. Hablo del hoy, que tú no pudiste vivir. Cuando somos mayores también nos enseñan a cómo afrontar una enfermedad, a cómo vivir con el tiempo a contrarreloj, a cómo superar la muerte de sus propios padres e, incluso, a cómo morir. Supongo que, hasta en el último aliento nos enseñan. Y ese día cuando ya no dices más ni mamá ni papá... No sé cómo se afronta a ese abismo que se, supone, se abre entonces y que mis amigas me cuentan: las conversaciones pendientes, la casa vacía, la ausencia de voz, no poder llamarles, no sentir su presencia en silencio, el último bote de sopa de mamá en el congelador, las fotografías, los lugares que recuerdan, las zapatillas de casa, su sillón... 

Me dirás para qué te cuento esto y tienes razón, porque en tus textos no puedo encontrar ninguna respuesta a ello. Pero lo hago porque, a la vez, pienso que fueron tu madre y tu padre quienes afrontaron esas vivencias en una situación horrible, sin ley de vida que justifique perder a un hijo. Y más, como en tu caso, asesinado y sin un cuerpo al que acompañar en su último suspiro, sin poder abrazar ni llevar flores. Pienso en todo ello para valorar lo que he tenido y tengo. Pienso en ti y en tantos hijos e hijas que enterraron a sus padres o madres fusiladas, algunos incluso siendo bebés. Y en tantos padres y madres que jamás volvieron a ver a sus hijos e hijas. La enfermedad debe ser un consuelo frente a una muerte por ideas, política y odio. 

No creas que por aquí han cambiado muchas cosas. Tu madre tenía razón cuando hablaba de las derechas. Una parte ha implantado incluso una corriente negacionista de todo: de la ciencia, de la cultura, del saber, de los derechos, de los vulnerables. Nada cuenta. Solo el dinero y el poder. Tú, que adorabas la tierra y la naturaleza, debes saber que también se muere en una lenta agonía ante la mirada impasible y la ignorancia de quien cree que es infinita. La tierra se seca y agrieta, las gotas de agua se evaporan, el aire se hace irrespirable; a la vez que los animales, las flores y los campos cambian sus ritmos y latidos. 

A veces pienso que, si se torcieran mucho las cosas, tú volverías a ser asesinado. La amenaza de que el pasado regrese, a veces, me atenaza. Pues destruir es muy fácil y hay mechas que se pueden prender en el momento menos esperado. Más si la historia y los recuerdos los construyen quienes vencieron. Por eso es importante devolver tu memoria frente al olvido. A veces, releo tu frase de "el día que el hambre desaparezca, va a producirse en el mundo la explosión espiritual más grande que jamás conoció la Humanidad". Y tienes tanta razón, pues el hambre arrastra a la desesperación y a confiar en promesas de falsos profetas que dejarán a su paso más dolor. Y eso se vota y se tolera. Hipnotizados alimentados de señuelos hasta que, quizás, un día despierten. Además, incluso borran la memoria de ellos mismos, para no ser descubiertos. De ahí tanta ceguera. 

Por cierto, ya sabes lo de Juanjo y el regalo que me hizo. Hablar con él, en tu huerta, es como hablar contigo. Cuando voy allí me hace sentir en casa. Lloré sobre tu mesa en el punto final del libro. Y creo que te sentí y que me acompañabas allí. Siento, en este año de despedidas, que con esta carta también termino contigo. No sé si será la última. Hace justo hoy diez años de la primera carta que te escribí. Una Ana triste, con ilusiones plegadas, con muchas lágrimas y desahuciada de esperanzas. Diez años después, aquella Ana explica la de hoy, pero más fuerte y confiada. Con una trilogía sobre ti que, por entonces, nunca pude soñar. Con mis convicciones más claras y firmes que nunca. Y orgullosa de ellas porque, una buena parte, también son las tuyas y es el legado más profundo y personal que tendré siempre de ti. 

Diez años después, me despido de esta etapa en la que me has acompañado y me has reconvertido, creo, en una persona mejor. Para mí y mi entorno. Diez años después solo he hecho esos libros para que tu nombre jamás se olvide, para agradecerte que me cambiaras la vida y que puedas seguir cambiando las de muchas personas más.

Siempre que escuche tu nombre, me arrastrarás e iré, siguiéndote por el aire como una brizna de hierba. 

Gracias, Federico por haber existido y por existir a través de la memoria. 

Que nunca nos la arrebaten.

Te quiere, siempre.

Ana

Pd: En tu huerta hace un calor tremendo. Me contaron secretos de ti. Miro tu balcón y me aparece que sales por él, lanzando una calada al aire e inspirando el olor de los jazmines. Sonrío. Y veo un gorrioncillo posarse en tu barandilla. Como hace diez años. Y siento que cada vez que pongo un pie en tu casa, vienes a saludarme. Y siento que entre las paredes de esta casa, aún vives. A pesar de muchos, que nunca contaron con que serías inmortal.

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