Fuego amigo

Han vuelto a visitarme mis fantasmas del pasado

Entramos en el cuarto día de huelga/paro patronal del sector del transporte. Una parte de los huelguistas mantiene las reivindicaciones que les llevaron a tomar la calle. El gobierno, una vez alcanzado un acuerdo con los que dicen representar al 80% de los camioneros, pasa a dedicar su atención prioritaria, como decíamos ayer, a los efectos colaterales de orden público, en lo que atañe a la defensa de los ciudadanos que se sienten coaccionados por la acción de piquetes violentos.

Son dos trincheras que, tal como están los ánimos, llevan camino de parecerse mucho, como en las guerras, a dos frentes estabilizados, donde nadie da un paso atrás y hace acopio de intendencia para que no le pille el invierno desabastecido. Todos hemos tomado partido, con distintos matices: prensa, ciudadanos, políticos, huelguistas. Y casi todos, más desde las tripas que desde la cabeza.

Las tripas nos decían que un país no puede quedar desguarnecido, y la agricultura, la ganadería y la industria arruinadas simplemente porque un sector con problemas se hubiese empeñado en hacernos a todos partícipes de su sufrimiento.

Y así comenzó un debate ideológico no menos virulento, donde los partidarios, como yo, de no tolerar el chantaje de la violencia, hemos sido enviados a los infiernos donde los renegados de la izquierda han de purgar sus desvaríos. Porque el evangelio de la izquierda dice, en algún sitio que todavía no he localizado, que una huelga, un paro, sin distinción de métodos ni florituras metafísicas, es un derecho inalienable del trabajador, sin especificar si uno defiende al trabajador/propietario de una flota de seis camiones, bien amasada en tiempos de bonanza constructora, o el sueldo miserable del currito al que explotan con jornadas agotadoras.

Recuerdo, en los años finales del franquismo, aquellas interminables asambleas clandestinas de los comités de periodistas democráticos, donde unos nos acusábamos a los otros de "desviacionismo" (los soviets eran nuestro espejo revolucionario) ante la menor sospecha de no tener el suficiente pedigrí de rojos.

Ayer, más de treinta años después, volví a ver desfilar mis fantasmas del pasado por esta bitácora.

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