Fuego amigo

¿Zapatero es un (presunto) masón?

Un contertulio de este blog resucitaba ayer el fantasma de la masonería, haciéndose eco de un libro, presentado recientemente, en el que se aseguraba que un abuelo del presidente Rodríguez Zapatero era masón. No sé si el comentario iba con segundas intenciones, acostumbradas como están las neuronas cristianas de algunos a extender el pecado original de los padres a los hijos como algo natural. Porque, claro, ser masón es pecado.

Esto me recordó que hace unos días un panfleto de la extrema derecha publicaba una entrevista con Ricardo de la Cierva, presunto historiador, presunto ex ministro de Cultura (¡Dios mío!, presunto también) en gobiernos de la UCD. Inmediatamente consulté la Wikipedia y allí encontré que el personaje se define a sí mismo como «un claro anticomunista, antimarxista y antimasónico (...) católico, español y tradicional en el sentido correcto del término».

Este historietador, admirador de Franco, ha descubierto (dice saberlo de buena tinta aunque no puede revelar sus fuentes, al igual que Díaz de Mera, el farsante del juicio del 11-M, no podía revelar las suyas) que el presidente Rodríguez Zapatero es masón. ¡Es masón! En el siglo XXI, en el país real en el que vivimos, tan alejado del imaginado por el buen fascista, semejante descubrimiento tiene la misma entidad que si hubiese descubierto que ¡es de León! o ¡es del Barcelona! Pero el buen fascista resucita sus fantasmas particulares para lanzar como un dardo la palabra masón, como el que descubre que Zapatero es un criminal bobo solemne y pederasta como un cura cualquiera de Los Ángeles.

No están claras las razones por las que Franco odiaba tanto a los masones. Para él fueron como para Hitler los judíos. Los masones eran sus judíos. Ya en la temprana fecha del 15 de septiembre de 1936 promulgó un decreto de condena de la masonería que habría de llevar, con el tiempo, al pelotón de fusilamiento, tras una mascarada de juicio sumarísimo, al menos a 2.000 presuntos masones. A pesar de que su padre, que no tenía en gran estima las dotes intelectuales de su Paquito, era simpatizante de la masonería; a pesar de que su hermano Ramón Franco, un héroe de la aviación de la época, era masón; a pesar de que se sospechaba de que algunos de sus generales afectos eran masones; a pesar de que su fotógrafo personal, un tal Campúa, era masón... Las malas lenguas sospechaban ya en aquella época que Franco actuaba así despechado por no haber sido aceptado en las filas de la masonería años antes a su sublevación. Al parecer no daba la talla.

Desde entonces, para los franquistas, el progreso científico y la moral laica, libre de los dictados de presuntos (otra vez) dioses, preconizada por la masonería sigue siendo una competencia desleal a las religiones. Ya sabéis el sarpullido que levanta entre la clerigalla el concepto de Ciudadanía. Por eso basta con llamar a Zapatero masón, que para un franquista irredento debe de ser algo así como la madre de todos los insultos, para que los talibanes cristianos empiecen a amontonar piedras para su lapidación, a la espera de tiempos mejores.
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Meditación para hoy: Y mientras, el gran talibán de la Conferencia Episcopal, tan presto a analizar los sucesos de este mundo, todavía no ha dicho ni pío (XII) sobre el asunto de sus hermanos pederastas en el Señor.

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