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Bipartidismo

Tan arraigada está la idea de que entre los dos grandes partidos es imposible la mínima conciliación, el más tímido acuerdo general, que la transmisión en directo de la reunión de seis horas de Obama con un grupo importante de parlamentarios republicanos y demócratas acerca de la reforma sanitaria tuvo en mucha gente escéptica un efecto balsámico. Contrariamente a lo que afirmaron al día siguiente algunos periodistas de buena fe, la reunión fue extraordinariamente civilizada. No es de excluir que los ánimos estuvieran enconados, pero en ningún momento se oyeron imprecaciones, nadie esgrimió cifras como se esgrime una espada. El debate, tranquilo, ordenado, no exento de humor, demostró que, si bien demócratas y republicanos siguen sin llegar a un entendimiento definitivo, la posibilidad de dicho entendimiento está en todas las mentes: fue repetidamente aseverada por unos y otros. "Creo que estamos menos alejados de lo que parece", afirmó un republicano, una afirmación que halló ecos en las filas demócratas. Por muy complicado que parezca poner de acuerdo posiciones tan encontradas, la reunión no dio en ningún momento la impresión de un enfrentamiento sino, fuerza es reconocerlo, la de un preacuerdo sobre el hecho de que había problemas graves que resolver y que la solución estaba en manos del bipartidismo de buena fe.

No hubo reto alguno. Nadie tiró el guante a nadie. Los demócratas no pretendieron que los republicanos presentaran planes alternativos: estos lo hicieron sin necesidad de que nadie los desafiara. Cuando Obama reprochó elegantemente a John McCain diciéndole "John, ya no estamos en campaña, las elecciones han terminado", McCain, largando una carcajada, contestó (pero la prensa no lo recoge): "No pasa un día sin que me lo recuerden", provocando risas desde todos los sectores. Y el analista conservador Pat Buchanan resumió la reunión en dos palabras: "Es la audacia de la esperanza contra el partido del no", algo que parece imposible en otros países. La discusión no podía zanjar el problema, y todos los participantes lo tenían claro desde el principio. El debate no quedó en palabras: al contrario. Dio esperanzas a millones de ciudadanos que actualmente no tienen seguridad social y que, como señaló un participante, no tienen medios para pagarse una mutua.
Y algo más: Obama no impuso nada, "invitó" a los participantes. Pero nadie asistió con condiciones previas. En España hay muchos escépticos, y no les falta razón. Pero ¡cuánto bien harían reuniones como la de Washington!

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