Traducción inversa

La frase

Hay sentencias que abren abismos insondables al ser pronunciadas, aunque nadie se inmute, aunque pasen perfectamente desapercibidas. Ciertas frases vienen preñadas de augurios inquietantes, pero sólo se entienden bien cuando su profecía implícita se ha cumplido con creces. Hoy me gustaría hablar de una de ellas. La emitió Margaret Thatcher en 1987. La dama de hierro estaba entonces en el apogeo de su mandato y, al alimón con Ronald Reagan al otro lado del Atlántico, parecía que su buena nueva neoliberal iba a convertir el mundo en un paraíso donde el dinero crecería en las ramas de los árboles. La frase dice así: "La sociedad no existe. Existen hombres y mujeres individuales y existen también familias". Y eso es todo.

La sociedad no existe. No hay profundidad en la textura de esta humilde oración y, sin embargo, pueden ustedes imaginarse el precipicio al que nos asomamos en el mismo instante de proferirla. No se molesten en buscar interpretaciones filosóficas, sociológicas y éticas. Thatcher dijo exactamente lo que quería decir. Era su manera de mandar al garete siglo y medio de conquistas sociales, de propósitos morales, de consensos políticos básicos. Era su manera de liderar un espasmódico sálvese quien pueda donde ya están, intactos en su orgullo enfermizo, la crisis económica hodierna o los aspavientos pedófilos o misóginos de nuestros entrañables políticos y periodistas "liberales". Si no hay sociedad, la avaricia –o la lascivia menorera- puede imperar sin complejo de culpa. Luego está la familia, claro. Pero eso ya sólo preocupa a los vaticanistas más o menos exasperados. El individuo es el rey. Y el rey se muere.

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