Traducción inversa

Fukushima mon amour

De todos los sitios posibles donde emplazar una central nuclear, Japón es uno de los más ilógicos. El océano de tiempo que separa a Hiroshima de Fukushima se mece con el eco de las fatalidades históricas. Cuando soltaron su bomba sobre la ciudad de las seis islas, los americanos inauguraron la era atómica pero también algo mucho menos solemne e igualmente letal: el miedo atómico. La tragedia de Fukushima, ahora, ha venido a recordarnos que lo que se liberó con Little Boy el 6 de agosto de 1945 no permanece fácilmente en la domesticidad en la que se le quiere confinar.

Y, sin embargo, es sorprendente cómo las consecuencias del tsunami sobre las centrales nucleares japonesas no parece haber alterado la línea argumental de una legión de comentaristas que han redescubierto, en los últimos tiempos, la belleza convulsa del átomo. Son tipos que tildan de "trasnochados" a los que se oponen a ese tipo de instalaciones, pero ellos mismos no pasarían ni quince minutos a la sombra de una de sus inquietantes vasijas...

En Hiroshima mon amour, el film de Alain Resnais con guión de Marguerite Duras, la memoria es un asunto central. Pero, ¿cuánta capacidad de olvido se necesita para convencer al primer país atacado con un artilugio atómico de las bondades de la energía nuclear? Esa clase de perplejidades está por encima del debate a favor o en contra del invento. Escuchar al emperador Akihito por televisión confesándose "profundamente preocupado" comunica la tragedia de hogaño con la de antaño. Casi todo ha cambiado, pero el miedo es el mismo.

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