Transbitácora

Acto final

Acto final
Telón de escenario. Imagen de Pixabay.

Empezar una aventura incierta y contarla a tiempo real no garantiza un final de película. La vida no suele esmerarse con decorados sugerentes ni banquetes de perdices. Pero si te sumerges en la experiencia sin grandes expectativas, con tus sentidos centrados en sacar lo mejor del viaje, la cosa cambia. Y mucho.

Hoy llega a su fin el periplo de "Transbitácora". Una serie en la que, a lo largo de ocho semanas, me he enfrentado a las implicaciones que trae aparejadas un cambio de sexo. Uno de los mayores tabúes de nuestra sociedad. Del que, llegado el caso, se suele hablar bajito, entre cuchicheos y señalando con el dedo.

Estas semanas de proyecto han supuesto para mí una exposición personal enorme. Pero a pesar de la pérdida de intimidad no me ha temblado la mano, precisamente en un intento de contrapesar que la transexualidad haya malvivido siempre arrinconada en el miedo. Martirizada entre la vergüenza de la propia familia y la discriminación de la sociedad entera. Por eso, la única forma de trascender el problema para ganar visión es la catarsis: ante el insulto, orgullo; ante la incomprensión, información y empatía. El ejercicio de llamar a las cosas por su nombre, sin victimismo y sin dogmas, nos permite a todos bajar los cuchillos y entrar en espacios de escucha.  Esa ha sido mi motivación para dar este paso.

En cuanto al formato de volcar en artículos lo que iba aprendiendo a través de mis vivencias propias y en las consultas médicas y psicológicas, ampliándolo luego con charlas con profesionales de distintos ámbitos, obedece a lo que yo eché en falta en mis propias búsquedas de información. En esos días primeros veía un hueco enorme entre los artículos científicos -poco accesibles para el común de los mortales-, y los vídeos de la gente joven en redes sociales, centrados en los efectos estéticos de la hormonación en el cuerpo. Yo necesitaba saber más, mucho más, así que decidí crear un pequeño espacio de referencia para mí y para quienes vinieran detrás.

Intuía que solo iba a ser posible hacer este camino de conocimiento desde la honestidad y la apertura. Y así, me enfrenté un rosario de preguntas difíciles: ¿Cómo se posicionará mi pareja ante mi tránsito?  ¿Se va a resentir mi familia de este cataclismo? ¿Y mi entorno laboral y social? ¿A qué medios sanitarios podré acceder? ¿Qué efectos no deseables puede tener la testosterona en mi salud? ¿Ser trans me pone en contra al feminismo? ¿Ser feminista implica renegar de lo trans?

Estas ocho semanas me han dado muchas de las respuestas. 

Para empezar, a pesar de que mi sentir es el de una persona no binaria o de género neutro, he dado el paso de aceptarme y visibilizarme como hombre trans, ya que dentro del obligado sistema binario es donde mejor me encuentro. Eso me estigmatiza, pero también simplifica mi relación con el mundo. Aunque por dentro me permito liberarme de cualquier estereotipo de género, y actuar como siento en cada momento, libre de los códigos que se presuponen para uno u otro sexo.

En cuanto a mi pareja y mi familia, he aprendido que el amor lo puede todo. Lo más difícil para mí ha sido vencer el miedo a perderlos por ser yo mismo. Hay que pasar por ese pequeño infierno personal, y estar dispuesto a hablar, cuestionar, llorar y hacer el duelo juntos. Luego viene el tiempo de construir vivencias nuevas. Y la seguridad de saber que, si ellos están contigo, vas a poder con todo lo demás.

El acompañamiento para la salud en mi caso ha sido un buen apoyo. Tanto en el proceso físico como en el psicológico. Tengo la suerte de que TransCan, la entidad pública canaria dedicada a esto,  funciona bien, gracias a una vanguardista ley autonómica y a grandes profesionales. Pero no es así en todas las comunidades de nuestro país, y buena parte de las personas usuarias sufre transfobia por parte de la propia clase médica. Los prejuicios y la falta de formación, lamentablemente, hacen estragos. 

En lo que se refiere al colectivo trans, ahora soy mucho más consciente que cuando empecé de la tremenda angustia y dificultad que hay en la vida de quienes no nacemos en el sexo sentido. Comprendo los altísimos niveles de suicidio en edades tempranas. Otras circunstancias vitales no las llevas escritas en la cara, pero esta te enfrenta al mundo cada vez que abres la boca. Te golpea por dentro cuando te llaman por un nombre que no sientes tuyo, cuando te obligan a representar una parodia, haciéndote sentir con cada paso que no concuerdas, que no encajas. Que la sociedad no te quiere como eres, y te ve como un fallo de la naturaleza, un ser depravado, un esperpento. 

Yo soy un recién llegado, así que no puedo dar lecciones a nadie. Pero al atreverme a decir en alto todo esto antes de que me lo llamen los demás, he ido un paso por delante. Incitando a hablarlo, a sacarlo a la luz, me he dado cuenta de que el miedo no lo tenemos solo las personas trans. El resto de la humanidad también lo vive. Miedo a no saber por qué existimos, ni si esto se contagia, o cómo hay que tratarnos. Por eso, cuando he entablado conversaciones de esas que deshacen nudos, en la distancia corta no he encontrado sino personas que quieren saber más, entenderlo. La reacción al diálogo de mi entorno social y laboral ha sido de comprensión y respeto. 

En la distancia larga y con personas poco razonables la cosa cambia, porque no suelen dejar opción al entendimiento. El miedo a lo diferente aviva las ascuas de su violencia. Por eso las personas trans somos objeto de ataques y agresiones constantes en la calle. Pero quiero pensar que esta batalla se irá ganando en los espacios personales, poco a poco, con empatía, ampliando la mancha de aceite de la normalización.

El último capítulo de mi aprendizaje ha sido el de transexualidad y feminismos. Sobre él concluyo que el feminismo transexcluyente no debería ser una opción, porque deja fuera a muchas mujeres valiosas para la causa. Y que es necesario el diálogo entre cisexuales y transexuales para evitar el borrado de las mujeres, que es motivo de discriminación patriarcal. El acuerdo será posible, no me cabe duda, si trabajamos (mujeres y aliados) para entendernos más allá de los prejuicios que nos separan.

Por mi parte Transbitácora, el diario de una transición de género, acaba hoy aquí después de abordar desde el pasado 28J, a lo largo de 54 días, realidades tan amplias como la ciencia, la pareja, la crianza, la salud, el activismo, la presión de los cuerpos normativos, la exclusión social... Me siento satisfecho por la experiencia, aunque reconozco que unir la búsqueda de información a la reflexión y a mi propia vivencia personal, con salida del armario familiar y pública incluida en el paquete, ha supuesto una verdadera maratón de emociones.

Ahora es el momento, pues, de que las muchas horas de pantalla de este verano se transformen para volver en mis ratos de ocio a leer, a disfrutar con la familia y a jugar con el perro, que tantas miradas lastimeras me ha echado con cara de víctima. Mi papel estos dos meses ha sido de activista en grado superlativo: lo he dado todo de mí para contar la película entera en directo, sin ahorrar detalles, con la idea de deshacer tabúes y mitos. Pero salgo de la crisálida con alas nuevas, y ahora necesito perderme con ellas.

Así que dejo caer el telón. Y cierro esta serie dando las gracias al activismo trans por abrir tantas puertas a quienes llegamos ahora, dejando jirones de piel por el camino. Al diario Público, por darme voz. A la sanidad pública de este país, por brindar los medios para acompañarnos en los procesos de transición. 

A todas las personas que han hecho conmigo este viaje, a uno y otro lado de la pantalla, con tantos mensajes de apoyo y cariño. O de disensión razonada, que me han enriquecido también.

Y a mi familia, que generosamente se ha prestado a compartir en abierto la intimidad de sus emociones, dudas y dificultades para ayudar a quienes vienen detrás. El verdadero mérito de este trabajo es suyo y de los fantásticos profesionales (Silberio, Martina, María, Manu, Joana y Mónica) que en las seis charlas temáticas de Transbitácora han compartido lo mejor de sí mismos para alumbrarnos el camino.

Este espacio ha sido el catalizador del verano de mi vida. Si además ha servido para alentarte a labrar un futuro inclusivo, en el que reconocer el valor humano del otro más allá de la diferencia, el esfuerzo habrá valido doblemente la pena. Porque la reflexión sin acción es solo una palabra vacía. Y tú, yo, todos somos cruciales para empezar a construir ese mundo igualitario y acogedor en el que queremos vivir. 

Gracias infinitas por estar ahí. ¡Y larga vida a la diversidad! 

 

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