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Otro día decisivo para Europa

Decir que hoy es un día decisivo para Europa podrá sonar exagerado, pero desde una perspectiva de largo plazo responde a la realidad: la cumbre europea que se celebra en Bruselas, al igual que todas las cumbres convocadas desde el comienzo de la crisis, tendrá consecuencias mucho más profundas y duraderas de lo que los dirigentes parecen advertir. Lo que se juega hoy –y lo que se ha jugado, con resultados más bien deplorables, en las citas anteriores– no es sólo la salida de una tormenta económica, sino algo mucho más trascendental: la viabilidad del propio proyecto europeo. La situación es de extrema gravedad. La confianza de los ciudadanos en sus líderes se está erosionando con la misma intensidad con que aumenta su desafección por la Unión. El panorama de ayer, víspera de la cumbre, era desolador. Por una parte, se suspendió por sorpresa la reunión de los ministros de Finanzas. En Italia, el aliado de Berlusconi, Bossi, apoyaba en el último momento un plan de ajuste que incluye un tijeretazo a las pensiones. Oponerse a tales recortes no es censurable; al contrario. Pero lo que a Bossi realmente le preocupaba, y evitó, era que se tocase cierto tipo de pensiones más comunes en el próspero norte italiano, su feudo electoral. En Francia, Sarkozy sembraba más dudas sobre la situación de España o Irlanda. En semejante escenario, conseguir que se apruebe hoy el aumento del fondo de rescate o la quita a la deuda griega sería un éxito. Sin embargo, el problema de fondo seguiría intacto: la vulnerabilidad de Europa por su falta de ambición política, sin la cual todo, incluido el euro, será siempre una presa más fácil para los mercados.

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