Balagán

Una alianza no santa

El primer ministro Binyamin Netanyahu envió la semana pasada una carta a su homólogo turco, Recep Tayyip Erdogan, congratulándole por su rotunda victoria electoral y aprovechando la ocasión para invitarle a remendar unas relaciones bilaterales que están en crisis desde el incidente en el Mediterráneo oriental de hace más de un año, cuando el Ejército israelí mató a nueve activistas turcos en el asalto al Mavi Marmara.

Erdogan debería andarse con cuidado porque lo que le propone Netanyahu es una alianza no santa. Netanyahu necesita a Turquía por muy diversas razones, pero al mismo tiempo tratará de apartarla de los otros agentes en la región con el fin de aislar aún más a Irán y Siria.

El interés de Ankara tiene que ser justamente el contrario: ayudar a esos dos países a no estar tan aislados, y ejercer de potencia regional como ha tratado de hacer el propio Erdogan durante los últimos meses, aunque esto le haya pesado mucho a Israel, y por ende a Estados Unidos.

Los intereses de Turquía e Israel son opuestos y contradictorios, y Erdogan no debería caer en la trampa que los israelíes le tienden para enfrentarlo con Damasco y Teherán. Esta política le interesa a Israel pero no responde a los intereses de Turquía. Turquía se encuentra en una posición privilegiada que le permite mirar a Europa y a Oriente Próximo simultáneamente. No debe convertirse en un títere al servicio de Tel Aviv al tiempo que se aleja de sus aliados naturales en la región.

Si Erdogan quiere remendar las relaciones con Israel, muy bien, que lo haga, pero no a costa de perder el privilegiado estatus de Turquía en Oriente Próximo.

El ex jefe del Mosad, Meir Dagan, dijo ayer que un régimen sunní en Siria sería bueno para Israel porque no le haría el juego a Hizbola. Estas palabras muestran con meridiana claridad que Israel está interesada en un cambio de régimen en Damasco, pero no en retirar a su Ejército del Golán o de Cisjordania. Turquía no debería seguirle el juego a Tel Aviv.

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