Balagán

Otra dimisión

El enviado especial a Siria de las Naciones Unidas y de la Liga Árabe se va.

El diplomático argelino Lakhdar Brahimi tiene 80 años y ha decidido arrojar la toalla a finales de mayo, pocos días antes de que el 3 de junio se celebren en Siria las elecciones presidenciales.

Brahimi es un político experimentado que anteriormente fue enviado de la ONU en Irak y en Afganistán. Su paso por Siria ha sido un fracaso sonado, pero también fueron fracasos sonados su paso por Afganistán e Irak.

El caso de Brahimi pone en evidencia que la cuestión no es que la ONU o la Liga Árabe designen a un candidato idóneo para una misión tan difícil, sino que el éxito de su misión depende de las circunstancias que se dan sobre el terreno, y en los países de la región y de Occidente implicados las circunstancias no favorecen un acuerdo.

El secretario general de la Liga Árabe, Nabil al Arabi, ha agradecido el esfuerzo de Brahimi en los dos últimos años, y ha añadido que ya se le está buscando un sustituto con prestigio internacional. Uno de los candidatos es Javier Solana, ha dicho Al Arabi.

Sea Solana o sea otro, las posibilidades de que tenga éxito el nuevo enviado son prácticamente nulas. Recuérdese que antes que Brahimi, el enviado a Siria fue el ex secretario de la ONU Kofi Annan, quien tampoco pudo hacer nada.

La situación es tan trágica y compleja que recuerda un poco a la que se dio durante la guerra civil libanesa (1975-1990). Durante los quince años que duró el conflicto hubo mil intentos para buscar una solución, y esta solamente llegó cuando todas las partes se habían desangrado lo suficiente y habían destruido el país lo suficiente, y estaban exhaustas.

Aunque en Siria van ya más de 150.000 muertos en tres años, las partes implicadas no dan la impresión de haberse cansado de la guerra, de modo que es irrelevante quién sea el enviado de la ONU y de la Liga Árabe.

Solamente una intervención militar decidida de Estados Unidos puede cambiar las reglas del juego. No obstante, como ocurrió el Líbano, donde la guerra terminó, aunque el conflicto sigue vivo porque no se abordaron los problemas de fondo. En Siría podría ocurrir lo mismo.

En países como Irak, Egipto o Libia, la imposición de la democracia ha traído una manifiesta pérdida de libertades: la solución ha sido peor que la enfermedad. Irak y Siria han pagado un precio demasiado alto por el experimento, y la cosa no ha tocado fondo.

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