Una china en el zapato

Qué desastre

La voz se le quiebra y, tras un silencio, la mujer sonríe, nerviosa; después contrae los músculos de la cara en una mueca de sufrimiento, luego vuelve a sonreír, y otra vez los contrae; se tapa la boca, mira al hombre que está a su lado, finalmente niega con la cabeza, no puede continuar. Monti retoma el discurso y es entonces cuando la ministra de trabajo, Elsa Fornero, se lleva un dedo extendido a un lado y otro de la cara, se supone que para enjugarse las lágrimas, aunque, la verdad, yo solo veo que se toque las mejillas. En cualquier caso, el teatrillo con el que se presentaba el plan de ajustes italiano tenía su público. La prensa puso el relato en circulación: los tecnócratas se humanizan.

     El empeño por transmitir un relato que aplaque los ánimos demuestra el miedo que tienen a las revueltas en la calle. La idea es que se actúa ante un desastre natural. Lo ocurrido es una desgracia que nos iguala a todos. No hay culpables ni hay alternativa. Si un terremoto hubiera asolado Europa también alguien saldría llorando en televisión. Tras una hecatombe, parte de la población se queda sin casa ni recursos, vagando por las calles, y en fila, pacientes, esperarán el reparto de mantas isotérmicas a la puerta de los centros de caridad.

     Pero lo sucedido no se debe a ningún desastre natural: Es el programa neoliberal el que se impone. ¿Por qué nadie lo reconoce como propio y lo celebra? Será que no conviene. Como no estaría bien visto que un constructor se alegrara de las oportunidades de negocio que le abre un terremoto.  

(El vídeo puede verse aquí)

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