Punto de Fisión

Apocalipsis con patatas

El apocalipsis es una noticia muy vieja, la llevamos oyendo desde la guerra fría, cuando la posibilidad de un final se asomaba entre hongos atómicos como si Dios hubiese dejado de postre las setas. Luego llegaron la guerra bacteriológica, la guerra biológica y Alfonso Guerra, que era la versión local del apocalipsis porque venía a arrasar con todo y a dejar España irreconocible. Pero al final hasta el socialismo resultó de fogueo y todo se fue quedando más o menos como estaba, incluida la España democrática, que era clavadita a su madre.

Con la aproximación del milenio regresaron los miedos numéricos, los augustos escalofríos medievales, aunque bastante descafeinados, ésa es la verdad. Nos asustaba el milenio, un vulgar cambio de dígitos, una superstición de vieja, y se frivolizó con un supuesto cataclismo informático que, comparado con el holocausto nuclear, era una puñetera mierda, no me jodas. Un fin del mundo virtual es como un polvo virtual, es decir, un game over en el mejor de los casos.

En mi infancia los curas acongojaban al personal con historias de cielos abriéndose en canal y largas escaleras de ángeles y trompetas, excepto uno, viejecito ya, que solía decir: "Fijaos qué suerte vais a tener, criaturas, que vais a vivir el fin del mundo". Yo llegaba a casa acojonadito y se lo contaba a mi madre, que me mandaba a lavarme, no fuese a pillarme el epílogo con las manos sucias, y luego a mi padre, que gruñía que con el fin de mes ya teníamos de sobra. A mí lo que empezó a preocuparme del apocalipsis, y lo que me sigue preocupando, es cómo demonios contarlo, porque se suponía que si todo iba a irse al garete tampoco habría libros ni periódicos del día después, ni siquiera una edición especial de última hora. Me imaginaba al director, en medio de la lluvia de fuego, parando las rotativas y discutiendo si dar la noticia a cuatro columnas, si habría foto o no habría foto y qué titular ponemos, coño.

La única solución, claro está, es dar un previo de la noticia, aperitivos, porciones, pequeños toques catastróficos, como cuando asistimos al desmoronamiento de Nueva York, desde las Torres Gemelas primero, y desde Wall Street después. En un coloquio a tres voces con Fernando Marías y conmigo, Paco Plaza, gran maestre de zombis, dijo que una señal apocalíptica irrebatible era que Ana Botella ocupaba la alcaldía de Madrid. Más inquietante aún es el hecho de que Rato haya ido a declarar ante un juez, primicia tan absolutamente insólita que ni siquiera la menciona Nostradamus. La madre de Adam Lanza estaba convencida de que el mundo iba a acabarse en cualquier momento y su hijo la mató a ella y a un reguero de críos sólo para no llevarle la contraria. Con todo, quienes dieron la primera exclusiva del apocalipsis fueron Juan de Patmos y los astrólogos mayas e hincharon la noticia con tantos números y fórmulas matemáticas quizá porque ya se olían que al final las páginas de economía acabarían en portada.

 

 

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