Punto de Fisión

No me fumen, niños

En un espléndido ejercicio de coherencia intelectual, justo unos días después de que el filántropo Adelson renunciara a montar su macrochiringuito de juego y putas en Eurovegas, la ministra Ana Mato ha decidido prohibir el uso del cigarrillo electrónico en colegios, hospitales y transportes públicos. Si no hay Eurovegas ni tabaco en Eurovegas, en el resto de España ya podéis fumar paloduz. Era lógico que Adelson cogiera las maletas ante el miedo de instalar su negocio en una monarquía bananera donde las leyes cambian cada dos por tres según el humor del cacique de turno. Lo mismo le inclinaban las ruletas apuntando hacia Génova o le obligaban a que aquí la baraja de póker además de rey, reina e infantas, tuviera yernos. Reconozcámoslo, los casinos están hechos para que la casa siempre gane, pero Eurovegas nunca podría competir con la Gürtel. Ni siquiera con la UGT.

Los mafiosos desconfían del gobierno español por la misma razón que aquel ladrón de La jungla de asfalto desconfiaba de la policía: porque, cuando menos te lo esperas, se pone de parte de la ley. Aquí con la policía no hay problema, no sólo por la alegría con que machacan cabezas de ancianos en las manifestaciones, sino porque todavía nos acordamos de que Roldán fue jefe de la guardia civil cual verso suelto del Romacero gitano. No, lo malo de España es que, cuando menos te lo esperas, el juez se pone de parte de la justicia. Imagínate qué peligro invertir en un país donde todavía quedan jueces que intentan empapelar a un banquero, aclarar las masacres de una dictadura inmunda o sentar en el banquillo a una infanta.

La ministra Mato, que no se fijó nunca en el deportivo que le iba creciendo en el garaje, se ha fijado ahora en el riesgo que corren los niños frente al cigarrillo electrónico. Se suponía que el cigarrillo electrónico era una perfecta gilipollez, un tabaco de fogueo para que los fumadores irredentos pudieran domesticar el mono mientras esperaban en la cola del paro. Ahora resulta que el vapor chupado también es un peligro, que ciertos sabores destilan un hilo de nicotina y que los mengueles del ministerio de Sanidad, con tal de facturar, no habían caído en la cuenta. Ahora los menores podrían aspirar un chorrito de nada según salgan del Treblinka del tráfico. Es otra muestra impagable de la hipocresía y la humofobia de la clase política española, la cual no sólo ejerce el monopolio absoluto de una sustancia perfectamente legal y supuestamente venenosa, no sólo te atiborra de impuestos abusivos, te regaña y te tira de las orejas por comprarla y consumirla, sino que además te ofrece una salida para escapar de la ratonera y luego, cuando has comprado el billete, te pisotea y te tapa el agujero. Ya ha ocurrido dos veces. La primera fue cuando empujaron a miles de bares y restaurantes a disponer de un espacio para fumadores, les obligaron a hacer una reforma carísima y luego, un par de años después, decidieron que no, que no se fumaba en ningún sitio (de paso ayudaban al sector de la construcción, tan vapuleado por la crisis). Luego se inventaron la chuminada del cigarrillo electrónico sólo para poder prohibirlo, precisamente ahora que cada fumador compulsivo había comprado uno.

Esto del cigarrillo electrónico me recuerda a aquel sofá que mi madre compró para las visitas. No nos dejaba sentarnos en él porque podía deslucirse, de manera que lo tapó con una funda. Pero luego pensó que, con tanto roce y tanto culo, la funda también iba a estropearse, de manera que nos prohibió sentarnos en la funda. Al final ni entrar al salón podíamos. Hay que velar siempre por el bien de los niños y así es como nos tratan: como a niños tontos, un poco caprichosos, un poco díscolos, pero que al final se conforman y tragan lo que sea.

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