Punto de Fisión

Pongan el himno bien alto

Pongan el himno bien alto
Santiago Abascal. Efe

Es una lástima que Vox no haya logrado sacar adelante su propuesta de que suene el himno español en los colegios murcianos cada mañana. Los socios consanguíneos de Vox -primos hermanos, como quien dice, igual que austrias y borbones- al final han reculado ligeramente de este proyecto tan patriótico y educativo donde los niños murcianos irían poniendo mentalmente letras alternativas al himno hasta cristalizar en un éxito popular capaz de desbancar aquella canción mítica de nuestra infancia -"Franco, Franco, que tiene el culo blanco". No es que los críos de mi generación estuviéramos metidos en política desde los seis o siete años, pero esa letra alternativa nos ayudó mucho a clarificar posturas e ideologías, algo en que en los críos de hoy día andan bastante perdidos y pasa lo que pasa: que se piensan que Franco era una vedette de revista.

Ahora mismo no me acuerdo si en mi niñez nos ponían el himno español por las mañanas; lo que sí recuerdo es que en un colegio en el que aterricé de novato en cuarto o quinto de EGB teníamos que rezar el Padrenuestro en inglés y yo no me sabía la letra, de manera que me limitaba a bisbisear en un inglés ficticio y macarrónico, lo mismo que años después me inventaría las letras de las canciones que más me gustaban. Con el triste resultado de que, gracias a ese adoctrinamiento matinal, acabé odiando el inglés y la religión encarnizadamente, una repulsión a partes iguales que llega hasta la actualidad: todavía leo con subtítulos las películas de John Ford, los cuentos de Lorrie Moore y las novelas de Jesucristo.

Algún tiempo después fue una putada enorme descubrir que Jesucristo tampoco hablaba inglés y que, para ser consecuentes, los curas de aquel colegio deberían habernos obligado a aprendernos el Padrenuestro en arameo. Tardé algo menos en enterarme de que la inmensa mayoría de mis compañeros de clase tampoco conocían la letra del Padrenuestro británico y se limitaban a balbucear incoherencias, como yo, mientras que los pocos que sí la conocían no hacían más que repetirla como papagayos. "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores" es un versículo con el que los banqueros católicos, si se parasen a pensarlo un momento en misa de doce, se descojonarían a dos manos.

El caso es que de toda aquella caterva de infantes catequizados a la fuerza no salió ni un solo sacerdote, ni un solo bilingüe, ni siquiera un banquero: nada más que castellanoparlantes pertinaces, ateos recalcitrantes y agnósticos birriosos. No es extraño que aquel colegio acabara reconvertido en unos ultramarinos, siguiendo el modelo del Vaticano. Yo creo que es un error bien gordo adoctrinar a un niño para que haga una cosa, porque el niño, ya sea por naturaleza o por joder, va y hace la contraria. Habría que dar carta blanca a Vox para que se llevara a los niños, murcianos y de los alrededores, a hacer excursiones a Casa Pepe, a comprar vino del Caudillo y vermú de Mussolini, y luego a los toros, a ilustrarse sobre la gran cultura autóctona igual que ese padre que le decía a su hija desde un tendido de Las Ventas: "No llores, bonita: mira, mira cómo el toro le saca las tripitas al caballito". No me hagan mucho caso, pero me parece que llevan toda la vida haciéndolo. Pongan el himno bien alto, no se vayan a olvidar los niños que son españoles, entre tanto negro y tanto moro.

 

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