De cara

Victimismo en lugar de fe

Menos en la teatralidad de Di María (origen de la bronca por la que se precipitó el Madrid en Valencia), el coreado método Mourinho, tan bien recibido entre el madridismo hasta hace diez minutos, está directamente relacionado con todos los defectos detectados el domingo en el club blanco. Y no sólo en lo inmediato, en que ninguna de las decisiones deportivas del técnico, desde la alineación a los recambios, contribuyera a mejorar la imagen futbolística del equipo, más bien al contrario. O en que su decepcionante comparecencia tras el desastre, agarrado a una nueva colección de excusas, dinamitara buena parte de su propia credibilidad incluso entre los suyos (el llanto ha colado entre su tribu ante rivales de la dimensión del Barça, pero no convence ni una pizca frente al Levante).

La realidad es que, pese a la nueva filosofía que rige en el Madrid, la propensión a la camorra tiene peligrosas consecuencias. Es censurable también ante equipos de tono superior, como el Barça, pero para ciertos fines maquiavélicos funciona maravillosamente como elemento de distracción. Lo que no midió el ideólogo portugués, o sí, es que fomentar esa vena hace que se reproduzca por pura inercia, también ante equipos infinitamente menores en presupuesto. Y eso resulta nocivo incluso desde una mirada cínica.

Y no vale que mediara provocación del Levante, porque los blancos fueron protagonistas en el origen, la agitación y el desenlace de los sucesos. Más allá de la fea entrada (inmediatamente posterior a la que recibió) de Di María, que desató los acontecimientos, el argentino podría haber evitado todo alejándose del lugar de los hechos en vez de volverse hacia ellos. También podría no haber exagerado el daño del manotazo (reprobable) que le propinó Iborra (y eso fue más raro, porque fingir si entra dentro de la lista de comportamientos prohibidos que divulga el nuevo mesías). Pero el Madrid ya no perdona una pelea, como se desmostró al instante. Por ahí asomaron todos. Pepe, por supuesto, y también Khedira, sin reparar en que con una amarilla a cuestas es aún más recomendable no ejercer de portero de discoteca.

Pero además del daño irreparable a la imagen (lo de Pepe después con Xavi Torres, agresor injustificable de Cristiano, traza la frontera que debería separar la libertad de la cárcel) y de las consecuencias numéricas de los altercados, se produjo un efecto nuevo y revolucionario en ese club que también apunta a la fisonomía de los nuevos tiempos. El Madrid se quedó bloqueado, agarrado a la excusa, pero desprendido de la reacción, incapaz de cumplir con su vieja costumbre de rebelarse. Olvidó su fe, la característica fundamental del Madrid, al menos en los tiempos de eso que Mou define ahora como el pseudomadridismo. Un punto de carácter inherente a la camiseta que le hacía resurgir de las situaciones más adversas. Un rasgo espiritual que multiplicaba sus prestaciones y encogía al rival. Un gen que, para desesperación del contrincante, terminaba siempre en ganar sí o sí. Los libros de historia no han parado de contarlo. Pero del victimismo instaurado hoy en el Madrid lo que queda es más bien una rendición. Ahora se busca una coartada no una solución. Mou ha puesto a llorar al Madrid, justo lo que antes hacían sus víctimas, sin atender ni entender que lo que volvía superior al Madrid era su firmeza en no entretenerse jamás en justificarse. La noche ante el Levante fue una prueba inequívoca de lo que el portugués se ha llevado por delante.

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