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El año del cambio

Julián Maganto
Economista y máster en gestión portuaria y transporte intermodal, miembro del círculo 3 E de PODEMOS

A finales de la primera década de este siglo España se salía. La construcción de infraestructuras públicas y de viviendas, junto con el turismo, eran el motor del desarrollo y el empleo en este país.

Los dos partidos políticos alternantes en el gobierno sacaban pecho con sus logros y presumían del "milagro" español: más AVE, más autopistas, más aeropuertos, más vivienda nueva construida que nadie. Más crecimiento.

Lejos, en USA, había comenzado una crisis por unas hipotecas raras que había hecho quebrar a un banco importante y que preocupaba a sesudos economistas por su posible extensión al resto del mundo, pero eso no era un problema para nosotros según el gobierno. Nuestro sistema bancario era sólido y no había riesgo. España seguía siendo un ejemplo a imitar.

La gente corriente se hipotecaba a 35 años para ser propietaria de un habitáculo en una colmena o en un terreno perdido en la nada, construidos sobre terrenos que hasta hacía poco no eran urbanizables, compraba un todo-terreno que gastaba más combustible contaminante aunque solo viera el campo en televisión y consumía compulsivamente productos muchas veces innecesarios que el sistema les ofrecía insistentemente, sin tener en cuenta en qué condiciones laborales se habían producido en los países de origen ni qué procesos se habían utilizado en su fabricación. Se daba por sentado que había corrupción pero se aceptaba como algo inevitable propio de la idiosincrasia hispánica y se miraba hacia otro lado ante la creciente represión contra aquellos "antisistema" que denunciaban el calentamiento global, la explotación y la discriminación laboral. Todos éramos clase media y pretendíamos ascender en el escalafón. Por debajo solo estaban los inmigrantes que realizaban los trabajos más duros y peor remunerados y los inadaptados. La globalización económica era la panacea y la crisis era de los demás. Aquí no había caso. La banca y las grandes empresas constructoras conseguían beneficios históricos y todos íbamos a tener AVE Y aeropuerto al lado de casa. Éramos un país de éxito.

De pronto empezaron a surgir problemas. Comenzó a aumentar el paro de forma exponencial; pequeñas empresas cerraron asfixiadas por el impago de los servicios prestados a las grandes y a las administraciones y por la reducción de sus ventas; nuestros jefes en la UE nos dijeron que nuestra deuda (con ellos) era insostenible y así llegó el agosticidio: los dos partidos mayoritarios pactaron en un tiempo récord la modificación de la hasta entonces intocable Constitución de 1978 para poner los intereses de los acreedores por encima de los derechos de las personas.

Y a partir de ahí la pesadilla. El gobierno al que votó mayoritariamente la ciudadanía porque iba a sacar al país de la crisis recortó salvajemente los derechos laborales, rescató a la banca y a las grandes empresas, cercenó libertades y aumentó la represión hasta límites impensables y sumió en la pobreza y la desesperanza a gran parte de la población. Toda una generación, la mejor preparada de nuestra historia, se vio abocada al paro, el infraempleo o la emigración. La que había sido tierra de las oportunidades para muchos foráneos en los años anteriores perdía así su mayor capital. El sueño se había acabado y las cosas volvían a estar en su sitio: los ricos más ricos y todos los demás cada vez más pobres.

Pero el año 2015 comenzó con un destello de ilusión. Un grupo de gente corriente, surgido del espíritu del 15 M, se organizó como partido y contra todo pronóstico consiguió cinco eurodiputados. Junto con otros grupos, con los que compartían la denuncia de la situación y la imprescindible necesidad de regeneración democrática del país, lograron en las elecciones autonómicas y municipales de mayo que el aire limpio entrara en muchas ciudades y autonomías. La transparencia, la participación ciudadana, la verdadera democracia, la defensa de lo público y del interés de lo común han pasado a ser el eje de actuación de otra forma de hacer política.

Ahora se avecina el momento definitivo donde nos jugamos una sociedad más honesta, justa y solidaria. Los de siempre han desplegado toda su artillería para evitarlo y quieren distraernos con problemas que ellos mismos han creado o alimentado y para ello disponen de muchos aliados, internos y externos. No importa, era previsible. Demuestra su inseguridad.

El 20 D tenemos una oportunidad, quizás la única en mucho tiempo, para comenzar a cambiar este país y ser un ejemplo para otros pueblos que sufren las mismas atrocidades que nosotros.

Para ello hace falta unidad entre la gente corriente, generosidad, decencia y acabar de una vez con una anomalía histórica que afecta a los cimientos democráticos de la sociedad y hace vergonzosamente singular a España: ser la única nación del mundo que, tras una sangrienta dictadura de casi cuarenta años, consecuencia de un golpe de estado contra un gobierno elegido democráticamente por los ciudadanos, al día de hoy sigue sin condenarla formal y realmente y permitiendo que más de 100.000 personas
asesinadas por ese régimen ilegítimo permanezcan tiradas por los campos y cunetas.

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