El desconcierto

Pedro Sánchez y el 141 aniversario del PSOE

Desde que el 2 de mayo de 1879 se fundara el Partido Socialista Obrero Español, en Casa Labra en Madrid, es la tercera vez que afronta una situación crítica en la que se juega su futuro y el de España. Largo Caballero, en 1937, y Felipe González, en 1976, tuvieron destinos paralelos. Durante la guerra civil y el fallecimiento de Franco se toparon con el mismo reto al que se enfrenta hoy Pedro Sánchez con la invasión silenciosa  de la pandemia del coronavirus y sus dramáticas consecuencias económico sociales, que pueden reconvertirse en trágicas. Francisco Largo Caballero se equivocó al apostar por la radicalización, fue sustituido por Juan Negrín, y Felipe González acertó y gobernó  durante catorce años.

Pedro Sánchez se ve envuelto en una de esas ironías de la historia. Nada más ganar las elecciones y formar  luego el gobierno que pudo para poder gobernar, pierde su programa quemado por la pandemia y se ve obligado a variar de objetivos. El PSOE una vez más tiene que hacer de tripas corazón y abordar la gobernanza política desde la perspectiva de toda la sociedad y no, fundamentalmente, de la parte que le ha votado. Ya no se trata de una apuesta progresista sino de una apuesta por la reconstrucción nacional tras el paso del corona virus que, al igual que el caballo de Atila, amenaza con no dejar crecer la hierba allí por donde pisa. El escenario social es devastador.

El primer reto de Sánchez es cercar al coronavirus hasta que se descubra la vacuna que lo liquide. Consciente del desafío orgánico que  conlleva ha transformado la Moncloa en una especie de cuartel general con un mando único centrado y dirigido por él mismo.  Veintitrés ministros más cuatro vicepresidentes y quince gestores técnicos bajo su propia dirección sin dejar espacio a un lugarteniente por mucho que esa pueda ser la aspiración de algunos. Ha aprendido la lección de González con Guerra y de Largo Caballero con Prieto. Cuanto más amplía el número de generales, menos competencia para los ampliados y más para el presidente del Gobierno. Nunca se cogobierna, sólo se gobierna.

El principal objetivo de Sánchez es arrastrar a Pablo Casado a unos nuevos pactos de la Moncloa. Felipe  González, que fue reacio a firmarlos porque beneficiaban a Suárez, tuvo claro desde el comienzo que ese marco era imprescindible. Largo Caballero no, porque ni quiso ni pudo. Sánchez puede tenerlo, por mucho que el Partido Popular no esté por la labor de ayudarle. Pero como en la derecha manda, siempre en última instancia, quien manda, el PP lo asumirá, aunque sea llevado de las dos orejas por la CEOE. De lo contrario, los populares pasarían de nuevo por la desagradable experiencia que ya vivieron en 1986, tras la defenestración de Manuel Fraga por creerse que podía anteponer el Partido Popular a la CEOE.

Aunque le va a ser imposible  conseguir el maná de la Merkel, pese a la tenacidad con que lo reclama, sí  que Sánchez podrá contar con créditos y préstamos del Banco Central Europeo que le ayudarán a reconstruir el tejido productivo español. Este relativo fracaso o relativo éxito, según se ponga el acento, sería el mismo que alcanzaría cualquier otra fórmula de gobierno que estuviese en la Moncloa. La cuestión europea, tal y como está montada, no puede ser desmontada por Sánchez ni  por quien le pudiera sustituir. Es una de las peores herencias recibidas, como se está viendo estos mismos días con la actitud intransigente de los países del norte  hacia los del sur de Europa.

Eje de la política de Sánchez, en este 141 aniversario del partido socialista, es que el PSOE pueda recuperar  la hegemonía perdida en la sociedad española, tras la vergonzosa genuflexión de Zapatero ante el ultimátum alemán  sobre la reforma del 135 de la Constitución. Es decir, volver hoy a la posición conquistada por González pero sin González. Si vence en esta larga batalla contra el coronavirus y sus peligrosas derivadas socioeconómicas,  es probable que el PSOE vuelva a ser mañana la columna vertebral del sistema constitucional, aunque solo fuese por la incomparecencia democrática activa o  pasiva de sus adversarios. Paradójicamente, cuanto  más se ataca a Sánchez, más se convierte él y su partido, el PSOE, en el principal escudo político de los demócratas de nuestro país.

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