Fuego amigo

Si es gratis, cueste lo que cueste

Cuando yo intenté comprar mi primera casa, a mediados de los ochenta, el crédito hipotecario estaba en el 17%, y tan sólo la perversión del lenguaje conseguía convertir aquella inmoralidad en una transacción, porque más que crédito era simple usura. El paro superaba la barrera psicológica del 20%, y mirábamos con envidia a otras economías pujantes que habían alcanzado el pleno empleo, como la japonesa. Pero nadie hablaba de crisis, a pesar de que nuestra estructura económica era casi tercermundista.

Hoy, con mucha más población y varios millones de inmigrantes, tenemos menos de la mitad del paro, y un euríbor que si nos los vaticina alguien por entonces pensaríamos que se trataba de uno de esos profetas del desvarío.

El factor psicológico, la percepción subjetiva del bienestar, es el motor de las Bolsas y del consumo familiar. Quizá por eso la economía debería ser tratada más por psicólogos que por economistas. El propio nombre de Mercado de Futuros, donde se decide el precio del petróleo o del café a seis meses vista, demuestra que el precio es especulación pura, y quienes lo fijan, especuladores.

Durante los setenta y ochenta, cuando el precio del litro de la gasolina se retocaba cada dos años, el solo anuncio de una subida de apenas dos pesetas desencadenaba colas interminables de gente, con sus coches encendidos, que pretendía ahorrar los veinte duros que se iba a gastar sólo por mantener en marcha el coche mientras esperaba a llenar el depósito.

En el fin de semana, los pescadores, agobiados por el precio del gasóleo, desembarcaron sus naves en Madrid para repartir, como protesta, 20 toneladas de pescado gratis. Siguiendo el principio de mi amigo Arquímedes que reza "si es gratis, cueste lo que cueste", masas de amas de casa y jubilados, como damnificados de un tsunami a la espera del reparto de la ayuda internacional, rodearon a la improvisada ONG de pescadores, y algunos hasta llegaron a las manos, para conseguir las más preciadas presas.

Estuvieron a punto de partirse la cara por confundir nuevamente la economía con la psicología.

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