Traducción inversa

¿Qué fue de Carmelo González?

  Recordará sin duda el buen lector de periódicos a Carmelo González. Se trata de aquel ciudadano que, hace un par de años, amenazó con ponerse en huelga de hambre si sus hijos no eran escolarizados en castellano. Carmelo vive en Cataluña, donde la enseñanza es en catalán. Un periódico que se proclama "líder mundial" –y lo es sin duda en sensacionalismo y amarillismo- convirtió su caso en una categoría trágica, un sangrante epifenómeno del desguace de España a manos de "los nacionalistas". Carmelo pasó a ser un habitual de sus portadas, al lado de los otros protagonistas del universo. Su caso demostraba la perfidia de Cataluña, la alta traición de sus políticos, el terrorismo de su modelo educativo.

  Todo iba como una seda pero, un buen día, Carmelo González protagonizó su última hazaña. Eso fue hace un par de meses. No se anunció entonces ninguna nueva heroicidad, ni  siquiera otra titánica batalla del protagonista contra el demonio de la barretina. Se daba cuenta, simplemente, de un pequeño avatar doméstico de la familia González (¡en portada!): la mujer de Carmelo pedía el divorcio. Le acusaba de ser un "inadaptado social" y de no permitir a sus propios hijos "relacionarse con ninguna persona o amigo que hable en catalán". Después, el silencio.

  No se ha sabido nada más de Carmelo González. Ninguna otra portada, ni siquiera un suelto en página par. No soy yo nadie para alegrarme del dolor ajeno, pero me da en la nariz que el proceso de divorcio de este hombre ha acabado revelando una verdad muy hispánica: que ser un héroe para determinados estratos ideológicos de Madrid a veces sólo se traduce por ser un freaky en cualquier otro punto de la España real. Carmelo me parece un pobre desgraciado lanzado al estrellato por mentes enfermizas, dispuestas a cualquier alboroto para intentar vender tres diarios más. ¿Ha valido la pena? ¿Somos ahora todos más felices? ¿Lo es Carmelo González? ¿Lo son, especialmente, sus hijos?

  A los que no vamos por la vida ondeando banderas, todo esto nos hace mucha gracia. Tantas pasiones desenfrenadas, tanto lirismo de pacotilla, tanta vestidura rasgada. ¿No sería más sencillo reconocer que España es un estado plurinacional, donde las diversas lenguas existentes no tienen más remedio que organizarse en convivencia, cada una en su ámbito natural? Esto parece tan de sentido común que no me extraña que no merezca según qué portadas.

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