De cara

Manzano sigue sin entender nada

Unas cuantas portadas después (aperturas, quería decir, que hace tiempo que el Atlético no es carne de primera página en los periódicos) queda clara la estrategia de Manzano y su coral de medios y amigos: revisar el juicio de su pasado y manipularlo hasta convertir en una especie de gesta heroica lo que hace siete años fue un desastre absoluto. Semejante ejercicio de cinismo, una pérdida de tiempo que perjudica principalmente al interesado, sólo cabe interpretarse como una reacción propia de la mala conciencia de quien siente la necesidad permanente de justificarse.

"Mi anterior etapa no fue un fracaso, sino todo lo contrario", llegó a afirmar Manzano el día de su presentación, orgulloso del éxito de ese séptimo puesto alcanzado y la Copa tirada. Y su troupe, tras aplaudir encendidamente el discurso, empezó a lanzar al aire balas de mentira en descargo de su protegido. Las principales señalan al nivel del grupo de jugadores con el que tuvo que trabajar Manzano, como si el técnico no hubiera sido el principal responsable de la composición de la plantilla con la que decidió trabajar. ¿Quién pidió el fichaje de Novo? ¿Quién presumió de haber redescubierto a Rodrigo? ¿Quién reclamó a De los Santos y Diego Rivas a última hora después de afirmar nada más llegar que al equipo le sobraban volantes de contención? Lo que los suyos utilizan perversamente como atenuante, es en realidad un enorme agravante. Fue entonces el entrenador quien presumió de la plantilla que construía y destruía frente a los reproches de quienes ya miraban con perplejidad y pesimismo sus decisiones. Fue Manzano quien sacó pecho de sus jugadores esos días con el mismo entusiasmo que ahora habla de Mario Súarez y Gabi ("el espejo en el que los atléticos deben mirarse"), los siguientes futbolistas de los que a este paso dentro de unos meses renegará.

Los encargados de limpiar su pasado, no se sabe con qué propósito, olvidan malévolamente que Manzano logró lo que ni siquiera han conseguido los dueños del club, pese a su baja reputación: unir en su contra a toda la afición. Y los que pretenden ridiculizar aquel movimiento de la hinchada minimizando las prestaciones futbolísticas del foco de sus protestas siguen siete años después sin querer entender nada. Más allá de si jugaba bien o mal, el siete era un futbolista comprometido, la prolongación de la grada en el campo, la continuidad del escudo en el equipo, alguien que quería, sentía y sabía lo que era el Atlético (hasta Torres confesó nada más llegar a Anfield que aprendió más del Liverpool en un día, que del Atleti en todos los que estuvo). Y el combate despiadado e injusto de Manzano contra lo que Movilla representaba, no tanto si jugaba o no, fue lo que le puso la grada frontalmente en contra, un detalle mayor que ahora también tratan de deformar.

El pasado fue lo que fue, no se puede cambiar. Es el futuro lo que es un enigma, lo que está por construir. Y es a lo que viene por delante a lo que deberían dedicarse el entrenador y su cohorte de aduladores. A ponerse a trabajar de una vez para revertir el error de una contratación inexplicable en un acierto futuro. Las segundas oportunidades, aunque sean inmerecidas, no se aprovechan pintando de colores los errores de la primera. Y los males actuales del Atlético (que están mucho más arriba) no se resuelven discutiendo hacia atrás, sino hacia adelante. Le toca a Manzano conseguir cambiar la opinión que se tiene de él. Pero no negando lo que hizo mal, se ponga como se ponga, sino haciéndolo bien a partir de ahora. Y elevando el listón, eso sí, de lo que entiende por éxito.

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