De cara

Y como siempre, el rey Messi

Otro canto al fútbol para no parpadear tristemente ensuciado al final. Con mensaje desde las alineaciones (Mourinho señaló a Marcelo con la del Madrid y Guardiola se señaló a sí mismo con la del Barça) y mucho que paladear. Las trampas tácticas del entrenador portugués (un hombre permanente sobre Busquets, ya fuera Özil o Benzema, como idea más interesante) y la pericia azulgrana, a partir de su fe innegociable en el modelo para sortearlas... La capacidad de Pepe para multiplicarse, primero por lo civil y luego, no puede evitarlo, por lo criminal o la serenidad de Iniesta para deslizarse y definir... El carácter de los blancos para mantenerse de pie donde en otros tiempos se derrumbaban, para seguir y seguir, o el oficio redentor de Mascherano... Y sobre todo, el talento infinito de Messi para depositar preciosismo, delicadeza y trascendencia incluso en los días de máxima vigilancia...

Porque fue Messi, que casi saltó al césped de la Supercopa nada más bajarse del avión y las vacaciones, el que finalmente la decidió. En la ida, cuando consiguió desmentir lo que contaba en sus dos primeras y únicas apariciones. Y en la vuelta, un duelo más parejo, grande en juego, cargado de ida y vuelta y rebosante de intensidad, con tres maniobras de mejor jugador del mundo. En la primera para montar la jugada, en las dos siguientes también para finalizarlas.
Y si en un Madrid-Barça siempre hay al fondo un combate paralelo entre los dos mejores futbolistas del planeta, Messi volvió a sacarle demasiados cuerpos a su opositor. Cristiano acabó otra vez superado, herido de ansiedad y frustración. Messi, en cambio, volvió a salir a hombros. Sin una presencia abusiva, pero con una influencia definitiva y terminal. Es el mejor.

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