De cara

Mou nunca manejó un arma tan poderosa

No hay demasiado espacio para la discusión sobre las sucias escenas que dejaron los últimos minutos de la Supercopa. No hay ninguno, desde luego, por el que pueda escaparse Mourinho, sorprendido por la señal personalizada de TVE en un comportamiento indecente. Su dedo en el ojo de Tito Vilanova, tras un furtivo ataque por la espalda cuando imaginaba que el foco de las miradas estaba unos metros por delante, ya ha dado la vuelta al mundo. No tiene tampoco salida su impertinente y cínica comparecencia posterior, desconsiderado con el rival, faltón con su víctima y falso con su propia conducta. Mou pudo salir del Camp Nou condecorado por la dificultad táctica que le planteó al Barça, pero prefirió proyectar voluntariamente lo peor de sí mismo.

El luso estuvo mal, muy mal, no caben atenuantes ni comparaciones. Mourinho manchó de nuevo la imagen del club que representa. Y, sin embargo, nadie se lo afea dentro de esa casa. Algunos tuercen el gesto en privado, pero ni por asomo se atreven a insinuárselo al oído del portugués, mucho menos en público. El Madrid no condena los hechos, no emite reproches, se acoge al silencio como respaldo oficial a quien ha derruido el viejo señorío. Florentino parece amordazado.

El problema es que la institución ya es Mourinho. Tiene al madridismo sometido o hipnotizado. Le obedecen la grada y los despachos. El único discurso oficial es el suyo. Así que no esperen un reproche, ni un simple comunicado con el que proteger el buen nombre del escudo y sus viejos principios. Manda Mourinho, que realmente no ha cambiado, siempre fue así de desagradable. La novedad es que ahora tiene al Madrid en sus manos. Y nunca había manejado un arma tan poderosa. El peligro salta a la vista.

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